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Meditaciones MRco Aurelio

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LIBRO XII 189

a la ley. Consecuentemente, lo que no perjudica a la ley,

tampoco al ciudadano ni a la ciudad.

34. Bástanle a la persona mordidapor los verdaderos

principios la mínima palabra y la más coloquial para sugerirle

ausencia de aflicción y de temor. Por ejemplo:

Desparrama por el suelo el viento las hojas,

así también la generación de los hombres

Pequeñas hojas son también tus hijitos, hojitas asimismo

estos pequeños seres que te aclaman sinceramente y te exaltan,

o bien por el contrario te maldicen, o en secreto te censuran

y se burlan de ti, y hojitas igualmente los que recibirán

tu fama postuma. Porque todo esto

resurge en la estación

primaveral.

Luego, el viento las derriba; a continuación, otra maleza

brota en sustitución de ésta. Común a todas las. eosas es la

fugacidad. Pero tú todo lo rehúyes y persigues como si fuera

a ser eterno. Dentro de poco también tú cerrarás los ojos, y

otro entonces llorará al que a ti te dio sepultura.

35. Es preciso que el ojo sano vea todo lo visible y no

diga: «quiero que eso sea verde». Porque esto es propio de

un hombre aquejado de oftalmía. Y el oído y el olfato sanos

deben estar dispuestos a percibir todo sonido y todo olor. Y

el estómago sano debe comportarse igual respecto a todos

los alimentos, como la muela con respecto a todas las cosas

que le han sido dispuestas para moler. Por consiguiente,

también la inteligencia sana debe estar dispuesta a afrontar

PLATÓN, Banquete 218 a.

HOMI-RO, Ilíada VI 146 y ss.

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