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Intento devolverle la sonrisa, pero mi boca se niega a hacer la forma. Me
aferro a las sábanas, entrelazando mis dedos con la tela.
Las puertas se abren, los pasillos familiares pasan zumbando, todo
parece demasiado brillante, demasiado blanqueado para distinguir detalles.
Atravesamos las pesadas puertas dobles hacia el área preoperatoria, y
luego entramos en una habitación más abajo por el pasillo. El camillero
coloca la camilla en su lugar.
—¿Necesitas algo antes de que me vaya? —pregunta.
Sacudo la cabeza, tratando de respirar profundamente mientras se va,
la habitación se vuelve completamente silenciosa, excepto por el constante
pitido de mis monitores.
Me quedo mirando al techo, tratando de alejar el creciente pánico que
devora mis entrañas. Hice todo bien. Fui cuidadosa y me puse el Fucidin,
tomé mi medicamento a las horas programadas y todavía estoy aquí a punto
de someterme a una cirugía.
Todas mis obsesiones sobre mi régimen por nada.
Creo que lo entiendo ahora. Por qué Will fue al techo, Haría cualquier
cosa por levantarme de la camilla y correr lejos, muy lejos. A cabo. A la
Ciudad del Vaticano para ver la Capilla Sixtina. A todas las cosas que he
evitado por miedo a enfermarme, solo para encontrarme aquí acostada, a
punto de someterme a otra cirugía de la que podría no salir.
Mis dedos se envuelven alrededor de las barandillas colocadas en su
lugar a cada lado de mí, mis nudillos se vuelven blancos mientras las
aprieto, deseando ser una luchadora como dijo la Dra. Hamid ayer. Si quiero
hacer esas cosas, necesito más tiempo. Tengo que luchar por ello.
La puerta se abre lentamente, y una persona alta y delgada se mete
dentro. Lleva las mismas batas de cirujano verde, mascarilla y guantes
azules que usan las enfermeras preoperatorias, pero su cabello castaño
ondulado se asoma por debajo de un gorro quirúrgico transparente.
Sus ojos encuentran los míos y suelto las barandillas con sorpresa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurro, mirando a Will mientras se
sienta en una silla a mi lado, moviéndola hacia atrás para asegurarse de
estar a una distancia prudencial.
—Es tu primera cirugía sin Abby —dice en explicación, una nueva
expresión que no reconozco llena sus ojos azules. No es burlona, ni
bromista, es total y completamente abierta. Casi en serio.
Trago saliva, tratando de detener las emociones brotando, lágrimas
nublando mis ojos.
—¿Cómo lo supiste?