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Cuelga, poniendo la cabeza en sus manos. Abro un poco más la pesada
puerta, las bisagras crujen con fuerza cuando lo hago.
Se da la vuelta con sorpresa.
—¿La capilla? —pregunto, mi voz haciendo eco demasiado fuerte en las
paredes del amplio espacio mientras camino por el pasillo hacia él.
Mira a su alrededor, sonriendo levemente.
—A mi mamá le gusta verme aquí. Soy católico, pero ella es católica.
Suspira, apoyando la cabeza contra el banco.
»No la he visto en dos años. Quiere que vaya a visitarla.
Mis ojos se abren de sorpresa y me siento al otro lado del pasillo, a una
distancia segura. Eso es mucho tiempo.
—¿No has visto a tu madre en dos años? ¿Qué te hizo?
Sacude la cabeza, sus ojos oscuros llenos de tristeza.
—No es así. Fueron deportados a Colombia. Pero nací aquí y no querían
alejarme de mis médicos. Estoy "bajo la tutela del estado" hasta que tenga
dieciocho años.
Mierda. Ni siquiera puedo imaginar cómo era eso. ¿Cómo podrían
deportar a los padres de alguien con FQ? Los padres de alguien terminal.
—Eso está jodido —le digo.
Poe asiente.
—Los extraño. Tanto.
Frunzo el ceño, pasándome los dedos por el cabello.
—Poe, ¡tienes que ir! Tienes que visitarlos.
Suspira, fijando sus ojos en la gran cruz de madera detrás del púlpito,
y recuerdo lo que oí por casualidad. Dinero.
—Es caro. Quiere enviarme dinero, pero no puede permitírselo. Y
ciertamente no voy a quitarles la comida de su mesa...
—Escucha, si es dinero, puedo ayudarte. En serio. No estoy tratando
de ser un cretino privilegiado, pero no es un problema... —Pero antes de que
termine, sé que es hay un “no” allí.
—Vamos. Detente. —Gira la cabeza para mirarme, antes de que su
rostro se suavice—. Voy a… Lo resolveré.
Un silencio cae sobre nosotros, el aire tranquilo y abierto de la gran
sala hace sonar mis oídos. Esto no es solo por dinero. Además, sé más que
nadie que el dinero no puede arreglarlo todo. Tal vez algún día mi mamá se
dé cuenta.
—Sin embargo, gracias —dice Poe finalmente, sonriéndome—. Lo digo
en serio.