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Quince minutos más tarde, la Dra. Hamid toca suavemente la piel
infectada alrededor de mi sonda Gástrica, y hago una mueca cuando el dolor
se irradia a través de mi estómago y pecho. Retira la mano y sacude la
cabeza mientras se quita los guantes y los pone en la basura junto a la
puerta.
—Tenemos que cuidar de esto. Está demasiado mal. Tenemos que
estirpar la piel y reemplazar la sonda para purgar la infección.
Inmediatamente me siento mareada, mis entrañas se enfrían. Son las
palabras que temo desde que empezó a parecer infectado. Coloco mi camisa
de nuevo, tratando de no dejar que la tela roce el área.
—Pero…
Me interrumpe.
—Sin peros. Tiene que hacerse. Nos estamos arriesgando a una sepsis
aquí. Si esto empeora, la infección puede entrar en el torrente sanguíneo.
Ambas estamos en silencio, sabiendo cuán grande es el riesgo. Si hago
una sepsis, definitivamente moriré. Pero si me someten a una cirugía, es
posible que mis pulmones no estén lo suficientemente fuertes como para
llevarme al otro lado.
Ella se sienta a mi lado, golpeando mi hombro y sonriéndome.
—Todo irá bien.
—No lo sabes —le digo, tragando nerviosamente.
Ella asiente, con la cara pensativa.
—Tienes razón. No lo hago. —Ella respira hondo, encontrándose con
mi mirada ansiosa—. Es arriesgado. No diré que no lo es. Pero la sepsis es
un monstruo mucho más grande y mucho más probable.
El miedo sube por mi cuello y se envuelve alrededor de todo mi cuerpo.
Pero tiene razón.
La Dra. Hamid recoge al panda que está sentado a mi lado, lo mira y
sonríe débilmente.
—Eres una luchadora, Stella. Siempre lo has sido.
Extendiendo el oso hacia mí, ella me mira a los ojos.
—¿Mañana por la mañana, entonces?
Me acerco, tomando al panda, asintiendo.
—Mañana por la mañana.
—Voy a llamar a tus padres y les haré saber —dice, y me quedo inmóvil,
una ola de temor me golpea.