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lo hizo en el video de GoPro y un millón de veces antes, saltando en el bungee
y en el acantilado con cierta imprudencia.
Solo que, esta vez no hubo ningún grito salvaje de alegría y emoción.
Ella golpeó el agua y no reapareció.
Se suponía que no debía morir.
Se suponía que fuera la que viviera.
—¡Oye! Detente. Mírame.
Lo miro fijamente, las lágrimas brotaban de mis ojos.
—Tienes que parar —dice, sus dedos agarrando el reposabrazos del
sofá, sus nudillos se vuelven blancos—. No puedes saberlo. Tu solo… no
puedes. Te volverás loca.
Respiro hondo, sacudiendo la cabeza. Él se para, caminando hacia mí
y gimiendo de frustración.
—¡Esta enfermedad es una puta prisión! Quiero abrazarte.
Aspiro por la nariz, asintiendo en acuerdo.
—Finge que lo hice, ¿de acuerdo? —dice. Veo que él también está
parpadeando para contener las lágrimas—. Y sabes que te amo. ¡Más que a
la comida! ¡Más que la selección nacional colombiana!
Rompo una sonrisa, asintiendo.
—Yo también te amo, Poe. —Él pretende lanzarme un beso, sin soplar
en mi camino.
Me dejo caer sobre el asiento de amor verde menta que estaba vacío
frente al de Poe, inmediatamente jadeando de dolor mientas mi visión se
vuelve doble. Me siento verticalmente y me agarro los costados, mi sonda
gástrica ardiendo como fuego absoluto.
La cara de Poe se vuelve blanca.
—¡Stella! ¿Está todo bien?
—Mi sonda gástrica —digo, el dolor desaparece. Me incorporo,
sacudiendo la cabeza y jadeando por respirar—. Estoy bien. Estoy bien.
Respiro hondo, levanto mi camisa y veo que la infección solo ha
empeorado, la piel está roja e hinchada, la sonda G y la zona circundante
rezuma. Mis ojos se abren en sorpresa. Solo han pasado ocho días aquí.
¿Cómo no me he dado cuenta de lo mal que se ha puesto?
Poe se estremece, sacudiendo la cabeza.
—Vamos, volvamos a tu habitación. Ahora.