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Y mientras mis padres hablaban con Barb sobre las instalaciones más
modernas, Abby salió corriendo y me encontró el regalo final de ese día.
Lo mejor que he recibido en todos mis años en Saint Grace.
—Es impresionante, seguro —dijo mi madre, mientras observaba a
Abby trotar por el pasillo de colores brillantes de la sala de niños,
desapareciendo en una esquina.
—¡Stella va a estar como en casa aquí! —dijo Barb, dándome una cálida
sonrisa. Recuerdo agarrar a Parches, tratando de encontrar el coraje para
sonreírle.
Abby dobló la esquina, casi chocando con una enfermera mientras
corría hacia nosotros, un niño muy pequeño, muy delgado y de cabello
castaño, que llevaba una camiseta de gran tamaño del equipo nacional
colombiano detrás de ella.
—¡Mira! ¡Hay otros niños aquí!
Le hice una seña al chico antes de que Barb se interpusiera entre
nosotros, uniformes médicos coloridos levantando una pared entre los dos.
—Poe, tú lo sabes mejor —dijo, regañando al niño pequeño cuando
Abby tomó mi mano entre las suyas.
Pero Abby ya lo había puesto en movimiento. Incluso a dos metros y
medio de distancia, Poe se convirtió en mi mejor amigo. Es por eso que él es
la única persona con la que he hablado de esto.
Doy vueltas y vueltas, el salón un borrón delante de mí. Trato de
concentrarme en el tanque de peces, la televisión o el refrigerador que vibra
en la esquina, pero todavía estoy furiosa por mi pelea con Will.
—Sabías que tenía problemas de límites —dice Poe detrás de mí,
observándome atentamente desde el borde del sofá del amor—. Por lo que
vale, no creo que quisiera lastimarte.
Me doy vuelta para mirarlo, aferrándome al mostrador de la cocina.
—Cuando dijo “Abby” y “muerta” —mi voz se quiebra y aprieto con
fuerza el frío mármol del mostrador—, como si no fuera un gran problema,
simplemente...
Poe sacude la cabeza, sus ojos tristes.
—Debería haber estado con ella, Poe. —Me ahogo, limpiándome los ojos
con el dorso de la mano. Ella siempre estuvo ahí. Siempre estuvo a mi lado
cuando la necesitaba. Y no estuve allí cuando ella más me necesitó.
—No lo hagas. No otra vez. No es tu culpa. Ella te diría que no es tu
culpa.
—¿Sintió dolor? ¿Qué pasaría si estaba asustada? Jadeo, el aire
atrapado en mi pecho. Sigo viendo a mi hermana cayendo en picada, como