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bro de golpe la puerta de mi habitación, los dibujos de Abby se
estremecen frente a mí mientras todo el dolor y la culpa que he
estado empujando más y más abajo asoma su fea cabeza, haciendo
que mis rodillas se doblen debajo de mí. Caigo al suelo, mis dedos agarran
el frío piso de linóleo mientras escucho el grito de mi madre sonando en mi
cabeza igual que lo hizo esa mañana.
Se suponía que debía estar con ella ese fin de semana en Arizona, pero
luchaba tanto por respirar la noche anterior a nuestro vuelo, que tuve que
quedarme. Me disculpé una y otra vez. Se suponía que era su regalo de
cumpleaños. Nuestro primer viaje, solo nosotras dos. Pero Abby se despidió,
abrazándome con fuerza y diciéndome que volvería en unos días con
suficientes fotos e historias para hacerme sentir como si hubiera estado allí
con ella todo el tiempo.
Pero nunca regresó.
Recuerdo haber escuchado sonar el teléfono de abajo. Mi mamá
sollozando, mi papá tocando la puerta y diciéndome que me siente. Algo
había sucedido.
Yo no le creí.
Sacudí la cabeza y me eché a reír. Esa era una broma de Abby. Tenía
que serlo. No era posible. No podría ser posible. Yo era la que debía morir,
mucho antes que todos ellos. Abby era prácticamente la definición de vivir.
Tomó tres días completos para que el dolor me golpeara. Fue solo
cuando nuestro vuelo de regreso debía aterrizar que me di cuenta de que
Abby realmente no regresaría a casa. Entonces me cegué. Me quedé en cama
dos semanas seguidas, ignorando mi AffloVest y mi régimen, y cuando me
levanté, no solo mis pulmones eran un desastre. Mis padres no podían
hablar entre ellos. Ni siquiera podían mirarse el uno al otro.
Lo había visto venir mucho antes de que sucediera. Había preparado a
Abby para saber qué hacer para mantenerlos juntos después de que me
fuera. Pero no esperaba que fuera yo quien lo hiciera.
Lo intenté tanto. Planifiqué salidas familiares; hice la cena para ellos
cuando no podían hacer nada más que mirar hacia el espacio. Pero todo fue