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Dudo por un segundo antes de hacer clic en él, un mar de fotos y videos
y obras de arte de mi hermana llenando mi pantalla. Hago clic en un video
de GoPro que me envió hace dos años, balanceándose sobre un puente alto
y desvencijado. La pantalla está llena de la imagen vertiginosa de la
distancia desde donde está sentada hasta el río abajo, el agua debajo de ella
lo suficientemente fuerte como para superar cualquier cosa en su camino.
—Bastante loco, ¿eh, Stella? —dice mientras la cámara se vuelve hacia
ella y ajusta su arnés una vez más—. ¡Pensé que te gustaría ver cómo se
siente esto!
Se coloca el casco en su lugar, la vista de la GoPro se desplaza hacia
atrás para mostrar el borde del puente y el largo, largo camino hacia abajo.
—¡Y me traje a mi compañero de salto! —Sostiene mi panda de peluche, el
que está justo a mi lado ahora, dándole un gran apretón.
—Lo abrazaré fuerte, ¡no te preocupes! —Luego, sin pensarlo dos veces,
se lanza del puente. Vuelo por el aire con ella, sus gritos encantados
haciendo eco a través de los altavoces.
Luego viene el rebote. Volamos de regreso, la cara del panda apareció
en la pantalla, la voz de Abby, sin aliento y mareada mientras agarra al
panda con fuerza, gritando:
—¡Feliz cumpleaños, Stella!
Tragando saliva, cierro de golpe la computadora portátil y tiro una lata
de refresco en la mesa auxiliar. La cola burbujeante se derrama por toda la
mesa y el suelo. Genial.
Me agacho para recoger la lata, saltando sobre el charco, y la arrojo a
la papelera de basura al salir al pasillo. Mientras rodeo la estación de
enfermeras, noto a Barb dormida en una silla, con la cabeza inclinada hacia
un lado y la boca ligeramente abierta. Con cuidado, abro la puerta del
armario del conserje, agarrando las toallas de papel de un estante lleno de
artículos de limpieza y tratando de no despertarla.
Ella me oye, sin embargo, y mira hacia arriba, con los ojos soñolientos.
—Trabajas demasiado —le digo cuando me ve.
Ella sonríe y abre los brazos como solía hacerlo cuando era más joven
y tenía un mal día en el hospital.
Me subo a su regazo, como una niña, y envuelvo mis brazos alrededor
de su cuello, aspirando la familiar y segura esencia de vainilla de su
perfume. Descansando mi cabeza en su hombro, cierro mis ojos y finjo.