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sus cejas alzándose con curiosidad mientras sigo a Stella por el pasillo hasta
el ascensor. Ella llega primero, entra y se gira para mirarme mientras
presiona el botón del piso. Me muevo para entrar tras ella, pero levanta la
mano.
—Dos metros y medio.
Mierda.
Las puertas se cierran y golpeo mi pie con impaciencia, presionando el
botón de arriba una y otra vez mientras veo que el elevador sube
constantemente hasta el quinto piso y luego vuelve lentamente hacia mí.
Miro nerviosamente la estación de enfermeras vacía detrás de mí antes de
deslizarme rápidamente en el ascensor y apretar el botón de cerrar la puerta.
Me encuentro con mi propia mirada en el metal borroso del ascensor,
recordando la mascarilla en mi bolsillo y poniéndomela mientras subo al
quinto piso. Esto es estúpido. ¿Por qué estoy siguiendo a Barb Jr.?
Con un toque, la puerta se abre lentamente, y camino por el pasillo y
cruzando el puente hacia la entrada este de la UCIN, esquivando a algunos
médicos en el camino. Todos están claramente en camino hacia algún lugar,
así que nadie me detiene. Empujando suavemente la puerta para abrirla,
observo a Stella por un momento. Abro la boca para preguntar de qué
diablos se trata, pero luego veo que su expresión es oscura. Grave. Me
detengo a una distancia segura de ella y sigo sus ojos hacia el bebé, más
tubos y cables que miembros.
Veo el pequeño pecho, luchando por subir y bajar, luchando por seguir
respirando. Siento mi propio latido en mi pecho, mis propios pulmones
débiles tratando de llenarme con aire tras mi loca carrera por el hospital.
—Ella está luchando por su vida —dice finalmente, encontrándose con
mis ojos en el cristal—. No sabe lo que está por delante de ella o por qué
está luchando. Es solo… Instinto, Will. Su instinto es luchar. Vivir.
Instinto.
Perdí ese instinto hace mucho tiempo. Tal vez en mi quincuagésimo
hospital, en Berlín. Tal vez hace unos ocho meses cuando contraje B.
cepacia y quitaron mi nombre de la lista de trasplantes. Hay muchas
posibilidades.
Mi mandíbula se aprieta.
—Escucha, tienes al chico equivocado para ese pequeño e inspirador
discurso...
—Por favor —me interrumpió, girándose para enfrentarme con una
sorprendente cantidad de desesperación en su expresión—. Necesito que
sigas tu régimen. Estricta y completamente.
—No creo haber oído eso bien. Acabas de decir... ¿Por favor? —digo,
tratando de esquivar la seriedad de esta conversación. Sin embargo, su