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—Y yo aquí pensando que iba a ser otro tonto hospital lleno de tontos
enfermos. Y apareces tú. Suerte la mía.
Sus ojos se encuentran con los míos en el reflejo del vidrio,
sorprendiéndose al principio, y luego casi de inmediato cambiando a algo
parecido al disgusto. Ella mira hacia otro lado, de nuevo al bebé, guardando
silencio.
Bueno, eso es siempre una señal prometedora. Nada como la repulsión
real para comenzar con el pie derecho.
—Te vi mudarte a tu habitación. ¿Estarás aquí un rato?
Ella no dice nada. Si no fuera por la mueca, creería que ni siquiera me
escuchó.
—Oh ya entiendo. Soy tan guapo que ni siquiera puedes juntar una
frase.
Eso le molesta lo suficiente como para obtener una respuesta.
—¿No deberías estar procurando habitaciones para tus “invitados”? —
responde bruscamente, girándose para mirarme mientras se acomoda la
mascarilla.
Me agarra fuera de base por un segundo, y me rio, sorprendido de cuán
fuerte y directa es.
Eso realmente la molesta.
—¿Alquilas por hora o qué? —pregunta, sus ojos oscuros se
estrecharon.
—¡Ja! Eras tú acechando en el pasillo.
—No acecho —responde—. Tú me seguiste hasta aquí.
Es un punto válido. Pero ella definitivamente acechó primero. Pretendo
estar sorprendido y levanto mis manos en una derrota simulada.
—Con la intención de presentarme, pero con esa actitud...
—Déjame adivinar —dice, cortándome—. Te consideras un rebelde.
Ignoras las reglas porque de alguna manera te hace sentir que tienes el
control. ¿Estoy en lo cierto?
—No te equivocas —le replico antes de inclinarme contra la pared de
manera casual.
—¿Crees que es lindo?
Le sonrío.
—Quiero decir, debes pensar que es bastante adorable. Estuviste en el
pasillo un rato muy largo mirando fijamente.
Ella pone los ojos en blanco, claramente no entretenida por mí.