Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Puedo verla. A dos metros de distancia, esa noche en la piscina,
caminando para ver las luces, en el otro lado del vidrio esa última noche,
siempre ese anhelo entre nosotros de cerrar la brecha.
Hago una pausa en el video para admirarla.
Ella luce… Mucho mejor de lo que nunca la vi en persona. No hay
oxígeno portátil. No hay círculos oscuros bajo sus ojos.
Ella siempre fue hermosa para mí, pero ahora es libre. Ella está viva.
Todos los días aún sigo deseando no haberme ido, reviviendo el
momento de alejarme, mis piernas como bloques de cemento, siendo
arrastrado como un imán a su ventana. Creo que ese tirón, ese dolor,
siempre estará ahí. Pero todo lo que tengo que hacer es verla así para saber
que valió la pena un millón de veces.
Aparece una notificación en mi pantalla desde su aplicación, que me
dice que tome mis medicamentos de media mañana. Sonrío ante el emoji de
botella de pastillas bailando. Es como una Stella portátil que siempre tengo
conmigo, mirando por encima del hombro y recordándome que haga mis
tratamientos. Recordándome la importancia de más tiempo.
—¿Estás listo para irnos, hombre? —dice Jason, empujándome
mientras abren la puerta para comenzar a abordar el avión a Brasil. Le doy
una gran sonrisa, tomo mis medicinas y meto mi pastillero en mi mochila,
cerrándola.
—Nací listo.
Finalmente voy a ver los lugares que he soñado.
Tengo un chequeo en cada ciudad, que fue una de las tres condiciones
que mi mamá estableció antes de dejarme ir. Los otros dos eran simples.
Tengo que enviarle tantas fotos como sea posible y Skype todos los lunes
por la noche, no importa qué. Aparte de eso, finalmente puedo vivir mi vida
como quiero. Y, por una vez, eso incluye pelear junto a ella.
Finalmente hemos encontrado un terreno común.
Me paro, respirando profundamente mientras jalo la correa de mi
oxígeno portátil más arriba en mi delgado hombro. Pero el aliento queda
atrapado en mi garganta casi tan pronto como inhalo. Porque a través de
toda la charla y el caos del aeropuerto, justo por encima del ruido del moco
en mis pulmones, escucho mi sonido favorito en el mundo.
Su risa. Tiembla como las campanas y saco mi teléfono de inmediato,
seguro de haber dejado el video en mi bolsillo. Pero la pantalla está oscura,
y el sonido no es diminuto o distante.
Está a solo unos metros de distancia.
Mis piernas saben que debo irme, abordar mi vuelo, seguir
moviéndome. Pero mis ojos ya están buscando. Tengo que saber