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l altavoz de la terminal del aeropuerto cobra vida, una voz apagada
rompe la charla de la mañana y el ruido de ruedas de maletas sobre
el suelo embaldosado. Me saco uno de mis auriculares para
escuchar la voz, preocupado por un cambio de puerta y por tener que cruzar
el aeropuerto con un par de pulmones de mierda.
—Atención, por favor, pasajeros para el vuelo 616 de Icelandair a
Estocolmo...
Coloco de nuevo mi auricular. No es mi vuelo. No iré a Suecia hasta
diciembre.
Volviéndome a sentar en el sillón, abro YouTube por millonésima vez,
me dirijo, como de costumbre, al último video de Stella. Si YouTube hiciera
un seguimiento de los lugares individuales desde donde la ven, la policía
definitivamente ya habría sido enviada a mi casa, parecería un acosador.
Pero no me importa, porque este video es sobre nosotros. Y cuando presiono
reproducir, ella cuenta nuestra historia.
—Toque humano. Nuestra primera forma de comunicación —dice, su
voz fuerte y clara. Ella respira hondo, sus nuevos pulmones funcionan
maravillosamente.
Ese aliento es mi parte favorita de todo el video. No hay lucha. Sin
sibilancias. Es perfecto y suave. Fácil.
—Seguridad, comodidad, todo en la suave caricia de un dedo, o el roce
de los labios en una suave mejilla —dice, y levanto la vista de mi iPad al
aeropuerto lleno de gente que me rodea, la gente va y viene, pesadas bolsas
a cuestas, pero, aun así, ella tiene razón. Desde los largos abrazos a la
llegada hasta las tranquilas manos sobre los hombros en la línea de
seguridad, incluso una pareja joven, abrazados, esperando en la puerta, el
contacto está en todas partes.
—Necesitamos ese toque de la persona que amamos, casi tanto como
necesitamos aire para respirar. Nunca entendí la importancia del tacto, de
un toque... hasta que no pude tenerlo.