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Levanto el taco de billar, deseando más que nada que fuera la punta de
mis dedos contra su piel. Suavemente, trazo el extremo del taco por su
brazo, sobre el ángulo agudo de su hombro, lentamente llegando a su cuello.
Ella se estremece debajo de mi "toque", sus ojos se clavan en los míos, un
rojo tenue floreciendo en sus mejillas cuando el taco de billar sube.
—Tu cabello —le digo, tocando donde cae sobre sus hombros—. Tu
cuello —le digo, la luz de la piscina ilumina su piel—. Tus labios —digo,
sintiendo el peligroso tirón de la gravedad entre nosotros, desafiándome a
besarla.
Ella mira hacia otro lado, repentinamente tímida.
—Mentí, el día que nos conocimos. No he tenido relaciones sexuales. —
Toma una respiración fuerte, tocándose el costado mientras habla—. No
quiero que nadie me vea. Las cicatrices. El tubo. No hay nada sexy en...
—Todo acerca de ti es sexy —le digo, interrumpiéndola. Ella me mira y
quiero que lo vea en mi cara. Quiero decir, mírala—. Eres perfecta.
La observo mientras empuja el taco de billar, de pie, temblando.
Alcanza su camiseta de seda, sus ojos fijos en los míos mientras se la quita
lentamente para revelar un sujetador de encaje negro. Deja caer la camiseta
sin mangas en la cubierta de la piscina, mi mandíbula va con ella.
Luego desliza sus pantalones cortos, saliendo con cuidado de ellos y
enderezándose. Invitándome a mirar.
Me ha robado el aire. Trato de asimilar todo lo que puedo, avanzando
con avidez hacia arriba y abajo por su cuerpo, mirando sus piernas, su
pecho y sus caderas. La luz baila contra las cicatrices de batalla levantadas
en su pecho y estómago.
—Dios mío. —Me las arreglo para dejar salir. Nunca pensé que podría
estar celoso de un taco de billar, pero quiero sentir su piel contra la mía.
Ella me sonríe tímidamente antes de deslizarse en la piscina,
sumergiéndose completamente bajo el agua. Me mira fijamente, su largo
cabello se extiende alrededor de ella como si fuera una sirena. Aprieto mi
agarre en el taco de billar cuando ella sale jadeando por aire.
Se ríe.
—¿Qué fue eso? ¿Cinco segundos? ¿Diez?
Cierro mi boca, aclarando mi garganta. Podría haber sido un año para
lo que sé.
—No estaba contando. Estaba mirando fijamente.
—Bueno, te mostré el mío —dice, desafiándome.
Y siempre me atrevo.