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deseando saber lo que ella sentía o pensaba. Porque no puedo saberlo,
nunca deja de morir por mí. Lo veo una y otra y otra vez.
Sacudo la cabeza, golpeando su pierna con el taco de billar. Ella
parpadea, mirándome, sus ojos se aclaran.
—Stella, si hubieras estado allí, todavía no lo sabrías.
—Pero ella murió sola, Will —dice, que es algo que no puedo negar.
—Pero todos morimos solos, ¿no? Las personas que amamos no pueden
ir con nosotros. —Pienso en Hope y Jason. Luego en mi mamá. Me pregunto
si ella estará más dolida si me pierde o si pierde la enfermedad.
Stella arremolina sus piernas en el agua.
—¿Crees que el ahogamiento duele? ¿Da miedo?
Me encojo de hombros.
—Así es como nos vamos a ir, ¿no? Nos ahogamos. Solo que sin agua.
Nuestros propios fluidos harán el trabajo sucio. —La veo temblar por el
rabillo del ojo y la miro—. ¿Pensé que no tenías miedo de morir?
Suspira ruidosamente, mirándome exasperada.
—No tengo miedo de estar muerta. Pero la parte real de morir. Ya sabes,
¿el cómo se siente? —Cuando me quedo callado, sigue hablando—. ¿No le
tienes miedo a nada de eso?
Trago mi instinto habitual de ser sarcástico. Quiero ser real con ella.
—Pienso en ese último aliento. Chupando aire. Tirando y tirando y no
consiguiendo nada. Pienso en los músculos de mi pecho desgarrados y
ardiendo, absolutamente inútiles. Sin aire. Sin nada. Solo negro. —Miro el
agua, ondeando alrededor de mis pies, la imagen detallada en mi cabeza es
familiar y se hunde en la boca de mi estómago. Me estremezco,
encogiéndome de hombros y sonriéndole—. Pero, hey. Eso es solo los lunes.
De lo contrario, no pienso en eso.
Ella se acerca, y sé que quiere tomar mi mano. Lo sé porque también
quiero tomar la suya. Mi corazón se acelera un instante, y la veo congelarse
a mitad de camino, acurrucando los dedos en la palma de su mano y
bajándola.
Sus ojos se encuentran con los míos, y están llenos de comprensión.
Ella conoce ese miedo. Pero luego me da esta pequeña sonrisa y me doy
cuenta de que estamos aquí a pesar de todo eso.
Por ella.
Lucho por respirar profundamente, observando el brillo de la piscina
mientras juega contra su clavícula, su cuello y sus hombros.
—Dios, eres hermosa. Y valiente —le digo—. Es un crimen que no
pueda tocarte.