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Me veo muy bien considerando que lo junté del peor guardarropa en la
historia.
Es bueno saber que Will definitivamente me quiere por mí. Quiero decir,
él casi me ha visto exclusivamente en pijamas o en una bata de hospital,
por lo que claramente no está en esto por mi buen aspecto y el impecable
guardarropa de la colección del Hospital Otoño 2018.
Me pongo los guantes azules de látex en las manos y vuelvo a
comprobar que el Cal Stat todavía cuelga de la correa de mi oxígeno portátil.
Sentada en un banco, miro por una puerta lateral que conduce a la
sala de juegos de los niños, una oleada de nostalgia me golpea. Solía colarme
aquí para jugar con los que no tienen FQ cuando crecía. Bueno, y Poe. El
atrio no ha cambiado mucho a lo largo de los años. Los mismos árboles
altos, las mismas flores de colores brillantes, el mismo tanque de peces
tropicales junto a las puertas, donde Poe y yo tuvimos problemas con Barb
por arrojar migas de donas a los peces.
Es posible que el atrio no haya cambiado mucho desde que vengo al
hospital Saint Grace, pero seguro que yo sí. He tenido tantas primeras veces
en este hospital, es difícil contarlas todas.
Mi primera cirugía. Mi primer mejor amigo. Mi primera malteada de
chocolate con leche.
Y ahora, mi primera cita real.
Oigo que la puerta se abre lentamente y miro por la esquina para ver a
Will.
—Por aquí —le susurro, levantándome para ofrecerle el taco de billar.
Una enorme sonrisa se dibuja en su rostro, y toma el otro extremo del
taco de billar en su mano enguantada, una botella de Cal Stat de tamaño
viajero en su bolsillo delantero.
—Wow —dice, sus ojos se calientan cuando me mira, haciendo que mi
corazón haga saltos en mi pecho. Lleva una franela azul a cuadros que
abraza su delgado cuerpo, haciendo que sus ojos se vean de un tono aún
más brillante de azul. Su cabello está más limpio. Peinado, pero
manteniendo ese desorden que es increíblemente atractivo.
—Esa es una rosa hermosa —dice, pero sus ojos todavía están en mis
piernas expuestas, en mi camiseta sedosa de tirantes.
Me sonrojo, señalando la rosa escondida detrás de mi oreja.
—Oh, ¿esta rosa? ¿Ésta? ¿Aquí arriba?
Aleja los ojos y me lanza una mirada que ningún otro chico me había
dado antes.
—Esa es —dice, asintiendo.