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—¿Lista para llevar este espectáculo de gira? —dice lanzándome un
pulgar hacia arriba.
Mi cabeza gira bruscamente hacia la silla donde Will estaba sentado, el
miedo apoderándose de mi pecho.
Esta vacío.
Y luego lo veo, detrás de la cortina gris, con la espalda apoyada contra
la pared. Se lleva el dedo a la boca y se quita la mascarilla para sonreírme.
Le devuelvo la sonrisa y, mientras lo miro, empiezo a creer lo que dijo.
Voy a estar bien.
Unos minutos más tarde, estoy recostada en la mesa de operaciones,
la habitación está oscura, excepto por la luz cegadora que está directamente
sobre mi cabeza.
—Está bien, Stella, sabes qué hacer —dice una voz, sosteniendo una
máscara con una mano enguantada.
Mi corazón comienza a latir con nerviosismo y giro la cabeza para
enfrentarlos, encontrando sus ojos oscuros mientras colocan la máscara
sobre mi nariz y boca. Cuando me despierte, todo habrá terminado.
—Diez —digo, mirando más allá del anestesiólogo hasta la pared de la
sala de operaciones, mis ojos se posan en una forma que es extrañamente
familiar.
El dibujo de los pulmones de Abby.
¿Cómo?
Pero lo sé, por supuesto. Will. Lo metió en la sala de operaciones. Una
sola lágrima cae de mi ojo y sigo contando.
—Nueve. Ocho. —Todas las flores comienzan a nadar juntas, los azules,
los rosas y los blancos, todos girando, girando y difuminándose, los colores
salen de la página y se acercan a mí—. Siete. Seis. Cinco. —El cielo nocturno
cobra vida de repente, nadando junto a las flores, las estrellas llenando el
aire a mi alrededor. Brillan y bailan sobre mi cabeza, lo suficientemente
cerca para que pueda alcanzarlos y tocarlos.
Oigo una voz zumbando, en algún lugar en la distancia.
—Un Bushel y un beso.
—Cuatro. Tres.