2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell
Flyn, mosqueado, se va a alejar cuando Eric lo agarra del brazo y dice, señalándoleel cuaderno:—Escribe cinco deseos, como Jud te ha pedido.—No quiero.—Flyn...—¡Jolines, tío! No quiero.Eric se agacha. Su cara queda frente a la del pequeño.—Por favor, me haría mucha ilusión que lo hicieras. Esta Navidad es especial paratodos y sería un buen comienzo con Jud en casa, ¿vale?—Odio que ella me tenga que cuidar y mandar cosas.—Flyn... —insiste Eric con dureza.La batalla de miradas entre ambos es latente, pero al final la gana mi Iceman. Elpequeño, furioso, coge el cuaderno, rasga una hoja y agarra uno de los bolis. Cuando se vaa marchar, le digo:—Flyn, toma la cinta verde para que los ates.Sin mirarme, coge la cinta y se encamina hacia la mesita que hay frente a la tele,donde veo que comienza a escribir. Con disimulo me acerco a Eric y, poniéndome depuntillas, cuchicheo:—Gracias.Mi alemán me mira. Sonríe y me besa.¡Punto para Alemania!Durante un rato hablamos sobre el árbol y tengo que reír ante los comentarios que élhace. Es tan clásico para ciertas cosas que es imposible no reír. Segundos después, Flynllega hasta nosotros, cuelga en el árbol los deseos que ha escrito y, sin mirarnos, regresa alsillón. Coge el mando de la Play, y la música chirriante comienza a sonar. Eric, que no mequita ojo, recoge el cuaderno del suelo y el bolígrafo, y pregunta cerca de mi oído:—¿Puedo pedir cualquier deseo?Sé por dónde va.Sé lo que quiere decir y, melosa, murmuro acercándome más a él:—Sí, señor Zimmerman, pero recuerde que pasadas las Navidades los leeremostodos juntos.Eric me observa durante unos instantes, y yo sólo pienso sexo..., sexo..., sexo. ¡Diosmío! Mirarlo me excita tanto que me estoy convirtiendo en una ¡esclava del sexo! Al final,mi morboso novio asiente, se aleja unos metros y sonríe.¡Guau! Cómo me pone cuando me mira así. Esa mezcla de deseo, perdonavidas ymala leche ¡me encanta! Soy así de masoca.Durante un rato, le veo escribir apoyado en la mesita del comedor. Deseo saber susdeseos, pero no me acerco. Debo aguantar hasta el día que he señalado para leerlos. Cuandoacaba, los dobla y le doy la cinta plateada para que los ate. Tras colgarlos él mismo en elárbol, me mira con picardía y, acercándose a mí, mete algo dentro del bolsillo delantero demi sudadera. Después, me besa en la punta de la nariz y apunta:—No veo el momento de cumplir este deseo.Divertida, sonrío. Calor.. .¡Dios, qué calor! Y poniéndome de puntillas le doy unbeso en la boca mientras mi corazón va a tropecientos por hora. Tras un cómplice azotito enmi trasero que me hace saber lo mucho que me desea, Eric se sienta junto a su sobrino. Yoaprovecho, saco la pequeña caja que ha metido en mi bolsillo junto a un papel y leo:—Mi deseo es tenerte desnuda esta noche en mi cama para usar tu regalo.
Sonrío. ¡SEXO!Con curiosidad, abro la cajita y observo algo metálico con una piedra verde. ¡Quémono! ¿Para qué será? Y mi cara de sorpresa es para verla cuando leo que en el papel pone:«Joya anal Rosebud».¡Vaya..., no sabía que hubiera joyas para el culo!Me entra la risa.Alegre, camino hacia la ventana mientras el calor toma mi cara, y continúo leyendo:«Joya anal de acero quirúrgico con cristal de Swarovski. Ideal para decorar el ano yestimular la zona anal».¡Qué fuerteeeeee!Observo, acalorada, que Eric me mira. Veo la guasa en sus gestos. Con comicidadlevanto el pulgar en señal de que me ha gustado, y ambos nos reímos. Esta noche ¡serágenial!Tras la cena, propongo jugar una partida al Monopoly de la Wii. Tirada a tirada nosvamos animando. Al final, dejamos que Flyn gane y se va pletórico a dormir. Cuando nosquedamos solos en el salón, Eric me mira. Su mirada lo dice todo. Impaciencia. Lo beso ymurmuro en su oído:—Te quiero en cinco minutos en la habitación.—Tardaré dos —contesta con autoridad.—¡Mejor!Dicho esto, salgo del salón. Corro escaleras arriba, entro en nuestra habitación,quito el nórdico, me desnudo, dejo la joya anal junto al lubricante sobre la almohada y metiro sobre la cama a esperarlo. No hay tiempo para más.La puerta se abre, y mi corazón late con fuerza. Excitación. Eric entra, cierra lapuerta, y sus ojos ya están sobre mí. Camina hacia la cama y lo observo mientras se quita lacamiseta gris por la cabeza.—Tu deseo está esperándote donde lo querías.—Perfecto —responde con voz ronca.Como un lobo hambriento, me mira. Veo que echa un vistazo a la joya anal ysonríe. El deseo me consume. Tira la camiseta al suelo y se pone a los pies de la cama.—Flexiona las piernas y ábrelas.¡Dios..., Dios...!, ¡qué calor!Hago lo que me pide y siento que comienzo a respirar ya con dificultad. Eric sesube a la cama y lleva su boca hasta la cara interna de mis muslos. Los besa. Los besa condelicadeza, y yo siento que me deshago. Él, con su habitual erotismo, continúa su reguerode besos sobre mí. Ahora sube. Me besa la cadera, luego el ombligo, después uno de mispechos, y cuando su boca está sobre la mía y me mira a los ojos, susurra con voz cargada demorbo y erotismo:—Pídeme lo que quieras.¡Oh, Dios!¡Oh, Dios mío!Mi respiración se acelera. Mi vagina se contrae y mi estómago se derrite.Eric, mi Eric, saca su lengua. Me chupa el labio superior, después el inferior, y antesde besarme me da su típico mordisquito en el labio que me hace abrir la boca parafacilitarle su posesión. Adoro sus besos. Adoro su exigencia. Adoro cómo me toca. Leadoro a él.Una vez que finaliza su beso, me mira a la espera de que le pida algo y, consciente
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Flyn, mosqueado, se va a alejar cuando Eric lo agarra del brazo y dice, señalándole
el cuaderno:
—Escribe cinco deseos, como Jud te ha pedido.
—No quiero.
—Flyn...
—¡Jolines, tío! No quiero.
Eric se agacha. Su cara queda frente a la del pequeño.
—Por favor, me haría mucha ilusión que lo hicieras. Esta Navidad es especial para
todos y sería un buen comienzo con Jud en casa, ¿vale?
—Odio que ella me tenga que cuidar y mandar cosas.
—Flyn... —insiste Eric con dureza.
La batalla de miradas entre ambos es latente, pero al final la gana mi Iceman. El
pequeño, furioso, coge el cuaderno, rasga una hoja y agarra uno de los bolis. Cuando se va
a marchar, le digo:
—Flyn, toma la cinta verde para que los ates.
Sin mirarme, coge la cinta y se encamina hacia la mesita que hay frente a la tele,
donde veo que comienza a escribir. Con disimulo me acerco a Eric y, poniéndome de
puntillas, cuchicheo:
—Gracias.
Mi alemán me mira. Sonríe y me besa.
¡Punto para Alemania!
Durante un rato hablamos sobre el árbol y tengo que reír ante los comentarios que él
hace. Es tan clásico para ciertas cosas que es imposible no reír. Segundos después, Flyn
llega hasta nosotros, cuelga en el árbol los deseos que ha escrito y, sin mirarnos, regresa al
sillón. Coge el mando de la Play, y la música chirriante comienza a sonar. Eric, que no me
quita ojo, recoge el cuaderno del suelo y el bolígrafo, y pregunta cerca de mi oído:
—¿Puedo pedir cualquier deseo?
Sé por dónde va.
Sé lo que quiere decir y, melosa, murmuro acercándome más a él:
—Sí, señor Zimmerman, pero recuerde que pasadas las Navidades los leeremos
todos juntos.
Eric me observa durante unos instantes, y yo sólo pienso sexo..., sexo..., sexo. ¡Dios
mío! Mirarlo me excita tanto que me estoy convirtiendo en una ¡esclava del sexo! Al final,
mi morboso novio asiente, se aleja unos metros y sonríe.
¡Guau! Cómo me pone cuando me mira así. Esa mezcla de deseo, perdonavidas y
mala leche ¡me encanta! Soy así de masoca.
Durante un rato, le veo escribir apoyado en la mesita del comedor. Deseo saber sus
deseos, pero no me acerco. Debo aguantar hasta el día que he señalado para leerlos. Cuando
acaba, los dobla y le doy la cinta plateada para que los ate. Tras colgarlos él mismo en el
árbol, me mira con picardía y, acercándose a mí, mete algo dentro del bolsillo delantero de
mi sudadera. Después, me besa en la punta de la nariz y apunta:
—No veo el momento de cumplir este deseo.
Divertida, sonrío. Calor.. .¡Dios, qué calor! Y poniéndome de puntillas le doy un
beso en la boca mientras mi corazón va a tropecientos por hora. Tras un cómplice azotito en
mi trasero que me hace saber lo mucho que me desea, Eric se sienta junto a su sobrino. Yo
aprovecho, saco la pequeña caja que ha metido en mi bolsillo junto a un papel y leo:
—Mi deseo es tenerte desnuda esta noche en mi cama para usar tu regalo.