2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell
—He pensado en crear nuestro propio árbol de Navidad. Y para ser originales ytener algo que nadie tiene, lo decoraremos con deseos que leeremos cuando quitemos elárbol. Cada uno de nosotros escribirá cinco deseos. ¿Qué te parece?Flyn pestañea. He logrado atraer su atención, y enseñándole un cuaderno, un par debolígrafos y cinta de colores, añado:—Montamos el árbol y luego en pequeños papelitos escribimos deseos. Losenrollamos y los atamos con la cinta de colores. ¿A que es una buena idea?El pequeño mira el cuaderno. Después, me mira fijamente con sus ojazos oscuros ysisea:—Es una idea horrible. Además, los árboles de Navidad son verdes, no rojos.Las carnes se me encogen. ¡Qué poca imaginación! Si ese pequeño enano dice eso,¿qué dirá su tío? Vuelve al juego y la música atruena de nuevo. Pero dispuesta a poner elárbol y disfrutar de ello, me levanto y con seguridad grito para que me oiga:—Lo voy a poner aquí, junto a la ventana —digo mientras observo que siguediluviando y espero que Susto haya regresado y esté comiendo en la caseta—. ¿Qué teparece?No contesta. No me mira. Así pues, decido ponerme manos a la obra.Pero la música chirriante me mata y opto por mitigarla como mejor puedo.Enciendo el iPod que llevo en el bolsillo de mi vaquero, me pongo los auriculares y,segundos después, tarareo:EuphoriaAn everlasting piece of artA beating love within my heart.We’re going up-up-up-up-up-up-upEncantada con mi musiquita, me siento en el suelo, saco el árbol, lo desparramo ami alrededor y miro las instrucciones. Soy la reina del bricolaje, por lo que en diez minutosya está montado. Es una chulada. Rojo..., rojo brillante. Miro a Flyn. Él sigue jugando anteel televisor.Cojo el bolígrafo y el cuaderno y comienzo a escribir pequeños deseos. Una vez quetengo varios, arranco las hojas y las corto con cuidado. Hago dibujitos navideños a sualrededor. Con algo me tengo que entretener. Cuando estoy satisfecha enrollo mis deseos ylos ato con la cinta dorada. Así estoy durante más de una hora, hasta que de pronto veounos pies a mi lado, levanto la cabeza y me encuentro con el cejo fruncido de mi Iceman.¡Vaya tela!Rápidamente me levanto y me quito los auriculares.—¿Qué es eso? —dice mientras señala el árbol rojo.Voy a responder cuando el enano de ojos achinados se acerca a su tío y, con elmismo gesto serio de él, responde:—Según ella, un árbol de Navidad. Según yo, una caca.—Que a ti te parezca una ¡caca! mi precioso árbol no significa que se lo tenga queparecer a él —contesto con cierta acritud. Después miro a Eric y añado—: Vale..., quizá nopegue con tu salón, pero lo he visto y no me he podido resistir. ¿A que es bonito?—¿Por qué no me has llamado para consultármelo? —suelta mi alemán favorito.
—¿Para consultarlo? —repito, sorprendida.—Sí. La compra del árbol.¡Flipante!¿Lo mando a la mierda, o lo insulto?Al final, decido respirar antes de decir lo que pienso, pero, molesta, siseo:—No he creído que tuviera que llamarte para comprar un árbol de Navidad.Eric me mira..., me mira y se da cuenta de que me estoy enfadando, y para intentaraplacarme me coge la mano.—Mira, Jud, la Navidad no es mi época preferida del año. No me gustan los árbolesni los ornamentos que en estas fechas todo el mundo se empeña en poner. Pero si querías unárbol, yo podía haber encargado un bonito abeto.Los tres volvemos a mirar mi colorido árbol rojo y, antes de que Eric vuelva a deciralgo, replico:—Pues siento que no te guste el período navideño, pero a mí me encanta. Y porcierto, no me gusta que se talen abetos por el simple hecho de que sea Navidad. Son seresvivos que tardan muchos años en crecer para morir porque a los humanos nos gusta decorarnuestro salón con un abeto en Navidad. —Tío y sobrino se miran, y yo prosigo—: Sé queluego algunos de esos árboles son replantados. ¡Vale!, pero la mayoría de ellos terminan enel cubo de la basura, secos. ¡Me niego! Prefiero un árbol artificial, que lo uso y cuando nolo necesito lo guardo para el año siguiente. Al menos sé que mientras está guardado ni semuere ni se seca.La comisura de los labios de Eric se arquea. Mi defensa de los abetos le hace gracia.—¿De verdad que no te parece precioso y original tener este árbol? —preguntoaprovechando el momento.Con su habitual sinceridad, levanta las cejas y responde:—No.—Es horrible —cuchichea Flyn.Pero no me rindo. Obvio la respuesta del niño y, mimosa, miró a mi chicarrón.—¿Ni siquiera te gusta si te digo que es nuestro árbol de los deseos?—¿Árbol de los deseos? —pregunta Eric.Yo asiento, y Flyn contesta mientras toca uno de los deseos que yo ya he colgado enel árbol:—Ella quiere que escribamos cinco deseos, los colguemos y después de lasNavidades los leamos para que se cumplan. Pero yo no quiero hacerlo. Ésas son cosas dechicas.—Faltaría más que tú quisieras —susurro demasiado alto.Eric me reprocha mi comentario con la mirada y, el pequeño, dispuesto a hacersenotar, grita:—Además, los árboles de Navidad son verdes y se decoran con bolas. No son rojosni se adornan con tontos deseos.—Pues a mí me gusta rojo y decorarlo con deseos, mira por dónde —insisto.Eric y Flyn se miran. En sus ojos veo que se comunican. ¡Malditos! Pero conscientede que quiero mi árbol ¡rojo! y lo mucho que voy a tener que bregar con estos dosgruñones, intento ser positiva.—Venga, chicos, ¡es Navidad!, y una Navidad sin árbol ¡no es Navidad!Eric me mira. Yo lo miro y le pongo morritos. Al final, sonríe.¡Punto para España!
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—¿Para consultarlo? —repito, sorprendida.
—Sí. La compra del árbol.
¡Flipante!
¿Lo mando a la mierda, o lo insulto?
Al final, decido respirar antes de decir lo que pienso, pero, molesta, siseo:
—No he creído que tuviera que llamarte para comprar un árbol de Navidad.
Eric me mira..., me mira y se da cuenta de que me estoy enfadando, y para intentar
aplacarme me coge la mano.
—Mira, Jud, la Navidad no es mi época preferida del año. No me gustan los árboles
ni los ornamentos que en estas fechas todo el mundo se empeña en poner. Pero si querías un
árbol, yo podía haber encargado un bonito abeto.
Los tres volvemos a mirar mi colorido árbol rojo y, antes de que Eric vuelva a decir
algo, replico:
—Pues siento que no te guste el período navideño, pero a mí me encanta. Y por
cierto, no me gusta que se talen abetos por el simple hecho de que sea Navidad. Son seres
vivos que tardan muchos años en crecer para morir porque a los humanos nos gusta decorar
nuestro salón con un abeto en Navidad. —Tío y sobrino se miran, y yo prosigo—: Sé que
luego algunos de esos árboles son replantados. ¡Vale!, pero la mayoría de ellos terminan en
el cubo de la basura, secos. ¡Me niego! Prefiero un árbol artificial, que lo uso y cuando no
lo necesito lo guardo para el año siguiente. Al menos sé que mientras está guardado ni se
muere ni se seca.
La comisura de los labios de Eric se arquea. Mi defensa de los abetos le hace gracia.
—¿De verdad que no te parece precioso y original tener este árbol? —pregunto
aprovechando el momento.
Con su habitual sinceridad, levanta las cejas y responde:
—No.
—Es horrible —cuchichea Flyn.
Pero no me rindo. Obvio la respuesta del niño y, mimosa, miró a mi chicarrón.
—¿Ni siquiera te gusta si te digo que es nuestro árbol de los deseos?
—¿Árbol de los deseos? —pregunta Eric.
Yo asiento, y Flyn contesta mientras toca uno de los deseos que yo ya he colgado en
el árbol:
—Ella quiere que escribamos cinco deseos, los colguemos y después de las
Navidades los leamos para que se cumplan. Pero yo no quiero hacerlo. Ésas son cosas de
chicas.
—Faltaría más que tú quisieras —susurro demasiado alto.
Eric me reprocha mi comentario con la mirada y, el pequeño, dispuesto a hacerse
notar, grita:
—Además, los árboles de Navidad son verdes y se decoran con bolas. No son rojos
ni se adornan con tontos deseos.
—Pues a mí me gusta rojo y decorarlo con deseos, mira por dónde —insisto.
Eric y Flyn se miran. En sus ojos veo que se comunican. ¡Malditos! Pero consciente
de que quiero mi árbol ¡rojo! y lo mucho que voy a tener que bregar con estos dos
gruñones, intento ser positiva.
—Venga, chicos, ¡es Navidad!, y una Navidad sin árbol ¡no es Navidad!
Eric me mira. Yo lo miro y le pongo morritos. Al final, sonríe.
¡Punto para España!