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Hace un frío que pela. Estamos a 2 grados bajo cero a las once y media de la
mañana. Pero me siento feliz por la compañía de Marta y sus divertidas ocurrencias.
Llegamos hasta la plaza central de Múnich, Marienplatz, una plaza majestuosa, rodeada de
edificios impresionantes. Aquí hay un enorme y precioso mercadillo callejero donde hago
varias compras.
—¿Ves aquel balcón? —Asiento, y Marta prosigue—: Es el balcón del
ayuntamiento y desde ahí todos las tardes tocan música en vivo.
De pronto, un puesto multicolor con infinidad de árboles de Navidad llama mi
atención. Los hay rojos, azules, blancos, verdes y de distintos tamaños. En su mayoría están
decorados con fotografías, notitas con deseos, macarrones o CD de plásticos. ¡Me encanta!
Miro a Marta y pregunto:
—¿Qué crees que pensará tu hermano si pongo un árbol de éstos en su salón?
Marta enciende un cigarrillo y se ríe.
—Le horrorizará.
—¿Por qué?
Acepto un cigarrillo mientras Marta mira los coloridos árboles artificiales.
—Porque estos árboles son demasiado modernos para él y, sobre todo, porque
nunca lo he visto poner un árbol de Navidad en su casa.
—¿En serio? —Estoy perpleja y a la vez convencida de lo que quiero hacer—. Pues
lo siento por él, pero yo no puedo vivir sin tener mi árbol de Navidad. Por lo tanto, le
horrorice o no, se tendrá que aguantar.
Marta suelta una carcajada, y sin más, decido comprar un árbol rojo de dos metros.
¡La bomba! Compro también infinidad de cintas de colores con campanillas colgando.
Quiero decorar la casa como se merece. ¡Aún es Navidad! Lo dejo pagado y prometemos
regresar al final del día a recogerlo.
Durante más de una hora las dos seguimos comprando regalitos y, cuando nuestras
narices están rojas por el frío, Marta me propone ir a tomar algo. Acepto. Estoy muerta de
frío, hambre y sed. Me dejo guiar por ella por las bonitas calles de Múnich.
—Te voy a llevar a un sitio muy especial. Otro día que salgamos te llevaré a comer
al restaurante que hay en la Torre Olímpica. Es giratorio, y verás unas maravillosas vistas
de Múnich.
Congelada, asiento mientras observo que allí todos los taxis son de color crema y la
mayoría Mercedes-Benz. ¡Vaya lujazo! Pocos minutos después, cuando entramos en un
enorme lugar, Marta indica con orgullo:
—Querida Judith, como buena muniquesa que soy, tengo el orgullo de decirte que
estás en la Hofbräuhaus, la cervecería más antigua de mundo.
Entusiasmada, miro a mi alrededor. El lugar es precioso. Con solera. Observo los
techos abovedados recubiertos de curiosas pinturas y los largos y grandes bancos de madera
donde la gente se divierte bebiendo y comiendo.
—Ven, Jud, vamos a tomar algo —insiste Marta, cogiéndome del brazo.
Diez minutos después, estamos sentadas en uno de los bancos de madera junto a
otras personas. Durante una hora hablamos y hablamos mientras disfruto de una estupenda
cerveza Spatenbräu.
El hambre aprieta y decidimos pedir varias cosas y comer para después proseguir
con nuestras compras. Dejo a Marta que elija, y pide leberkäs, que es embutido caliente,
albóndigas de harina con carne picada y tocino, y una crujiente rosquilla salada en forma de
ocho a la que se le pueden untar salsas. ¡Todo exquisito!