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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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Eric asiente. Me penetra.

—Quiero sinceridad en nuestra relación —insisto, jadeante.

—Por supuesto, pequeña. Prometido ahora y siempre.

La música llega hasta nosotros, pero yo sólo puedo disfrutar de lo que siento en este

instante. Estoy siendo saciada una y otra vez con vigor por el hombre que más deseo en el

mundo, y me encanta. Sus fuertes manos me tienen cogida por la cintura, me manejan, y

yo, dichosa del momento, me dejo manejar.

Eric me oprime una y otra vez contra él mientras aprieta los dientes y oigo cómo el

aire escapa a través de éstos. Mi cuerpo se abre para recibirlo y jadeo, dispuesta a abrirme

más y más para él. De pronto, me levanta entre sus brazos y me apoya contra la pared.

¡Oh, Dios, sí!

Sus penetraciones se hacen cada vez más intensas. Más posesivas. Uno..., dos...,

tres.... , siete..., ocho..., nueve... embestidas, y yo gimo de placer.

Sus manos, que me sujetan, me aprietan el culo. Me inmovilizan contra la pared y

sólo puedo recibir gustosa una y otra vez su maravilloso y demoledor ataque. Éste es Eric.

Ésta es nuestra manera de amarnos. Ésta es nuestra pasión.

Calor. Tengo un calor horrible cuando siento que un clímax asolador está a punto de

hacerme gritar. Eric me mira y sonríe. Contengo mi grito, acerco mi boca a su oído y

susurro como puedo:

—Ahora..., cariño..., dame más fuerte ahora.

Eric intensifica sus acometidas, sabedor de cómo hacerlo. Se hunde hasta el fondo

en mí mientras yo disfruto y exploto de exaltación. Eric me da lo que le pido. Es mi dueño.

Mi amor. Mi sirviente. Él lo es todo para mí, y cuando el calor entre los dos parece que nos

va a carbonizar, oigo salir de nuestras gargantas un hueco grito de liberación que acallamos

con un beso.

Instantes después, se arquea sobre mí y yo le aprieto contra mi cuerpo, decidida a

que no salga de él en toda la noche.

Cuando los estremecimientos del maravilloso orgasmo comienzan a desaparecer,

nos miramos a los ojos y él murmura, aún con su pene en mi interior:

—No puedo vivir sin ti. ¿Qué me has hecho?

Eso me hace sonreír y, tras darle un candoroso beso en los labios, respondo:

—Te he hecho lo mismo que tú a mí. ¡Enamorarte!

Durante unos segundos, mi Iceman particular me mira con esa mirada tan suya, tan

alemana y castigadora que me vuelve loca. Me encantaría estar en su mente y saber qué

pasa por ella mientras me mira así. Al final, me da un beso en los labios y me suelta a

regañadientes.

—Te follaría en cada rincón de este lugar, pero creo que debemos regresar con el

resto del grupo.

Me muestro conforme animadamente. Veo las medias y las bragas sobre la mesa, y

de prisa me las pongo, aunque antes Eric abre un cajón y saca servilletas de papel para

limpiarnos.

—Vaya..., vaya, señor Zimmerman —apunto con gesto pícaro—, por lo que veo no

es la primera vez que usted viene aquí a satisfacer sus necesidades.

Eric sonríe, y tras limpiarse y tirar el papel a una papelera, contesta en tanto se

ajusta su pantalón negro:

—No se equivoca, señorita Flores. Este local es del padre de Björn y hemos visitado

este cuartucho muchas veces para divertirnos y compartir ciertas compañías femeninas.

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