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Mientras los hombres se duchan tras el partido, me voy junto con Frida y las chicas
a una salita a esperarlos. Aquí me divierto escuchando sus comentarios. Lora no ha vuelto a
decir nada que me pueda molestar. Eso sí, me mira con gesto extraño. Está claro que saber
que soy la novia de Eric le ha cortado todo el rollo. Media hora después comienzan a salir
del vestuario hombretones relucientes y aseaditos.
El primero en acercarse a mí con curiosidad y sonriendo es un chico tan rubio que
parece albino.
—¡Hola! ¿Tú eres Judith? ¿La española?
Estoy por decir «¡Olé!», pero finalmente decido no hacerlo.
—Sí, soy Judith.
—¡Olé..., toro..., paella! —dice uno de ellos, y yo me río.
Otros dos chicos, en este caso morenos, se acercan a nosotros y comienzan a
interesarse por mí. Aquí soy la novedad, ¡la española! Eso me hace gracia y entablo
conversación con ellos. De pronto veo a Eric salir del vestuario y mirarme. Lo incomoda
verme rodeada de todos ésos, y yo sonrío. Estos tontos celitos por su parte me gustan y más
cuando veo que se para con Frida, Andrés y el bebé, y espera que sea yo la que vaya a él.
Sus ojos y los míos se cruzan, y entonces hace algo que me hace reír. Me indica con un
movimiento de cabeza que me mueva.
Hago caso omiso a su orden. No quiero comenzar a seguirle como un perrillo. No,
definitivamente no voy a volver a ser tan pavisosa con él como lo fui meses atrás. Al final,
se acerca y, cogiéndome de manera posesiva por la cintura ante sus compañeros, me da un
beso en los labios e indica:
—Chicos, ésta es mi novia, Judith. Por lo tanto, ¡cuidadito!
Sus amigos se ríen y yo hago lo mismo justo en el momento en que Björn se acerca
a nosotros y, cogiéndome una mano, me la besa y me saluda. Inexplicablemente me pongo
nerviosa, pero mis nervios se relajan cuando soy consciente de que Björn no hace ni dice
nada fuera de lugar. Al revés, es totalmente correcto. Una vez que me saluda, Eric me besa
en la sien y entre ellos planean que vayamos todos juntos a cenar algo a Jokers, el
restaurante de los padres de Björn.
Miro mi reloj. Las siete y veinte de la tarde.
¡Vaya, qué horror!, voy a cenar en horario guiri.
Pero dispuesta a ello dejo que Eric me agarre estrechamente por la cintura mientras
observo que con la otra mano coge a Flyn. Nos montamos en el coche, y el pequeño,
emocionado por el partido, no para de hablar con su tío. En ningún momento me incluye en
la conversación, pero aun así yo me integro. Al final, no le queda más remedio que