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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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me aclara:

—Mi padre y ella se divorciaron cuando yo tenía ocho años. Y aunque adoro a mi

padre, soy consciente de que es un hombre muy aburrido. Mamá está tan llena de vitalidad

que necesita otro tipo de vida loca. —Asiento como una boba, y ella, divertida,

cuchichea—: Mírala, es como una quinceañera cuando habla con alguno de sus novietes

por teléfono.

Me fijo en Sonia y soy consciente de que lo que dice Marta es cierto. En este

momento, Sonia cierra su móvil y da un saltito de emoción. Luego, abre la cristalera y, al

entrar y ver que estamos solas, nos comunica mientras se quita el abrigo:

—Chicas..., me acaban de invitar a Suiza. He dicho que sí y me voy mañana.

Su efusividad me hace sonreír.

—¿Con quién, mamá? —pregunta Marta.

Sonia se sienta junto a nosotras y en plan confidente murmura, emocionada:

—Con el guapísimo Trevor Gerver.

—¡¿Trevor Gerver?! —gesticula Marta, y Sonia asiente.

—¡Ajá, mi niña!

—¡Vaya, mamá! Trevor es todo un bombonazo.

Ahuecándose el pelo, Sonia nos explica:

—Hija, ya te dije yo que ese hombre me mira las piernas más de la cuenta cuando

hacemos el curso. Es más, el día en que salté con él en paracaídas, noté que...

—¿Saltaste en paracaídas? —pregunto con la boca abierta.

Madre e hija me ordenan callar con gestos y, finalmente, Marta me avisa:

—De esto ni una palabra a mi hermano o nos la monta, ¿vale?

Asombrada, hago un gesto de asentimiento con la cabeza. Ese deporte de riesgo a

Eric no le tiene que hacer ninguna gracia.

—Si se entera mi hijo de que ambas hacemos ese curso no habrá quien lo aguante

—me informa Sonia—. Es muy estricto con la seguridad desde que ocurrió el fatal

accidente de mi preciosa Hannah.

—Lo sé..., lo sé... Yo hago motocross y el día en que me vio hacerlo casi...

—¿Haces motocross? —pregunta Marta, sorprendida.

Asiento, y Marta aplaude.

—¡Uisss...! —interviene Sonia—, pero si eso lo hacía también mi hija con Jurgen,

su primo. ¿Y mi hijo no ha montado en cólera al saberlo?

—Sí —respondo, sonriendo—, pero ya le ha quedado claro que el motocross es

parte de mí y no puede hacer nada.

Marta y su madre sonríen.

—En el garaje tengo todavía la moto de Hannah —apunta Sonia—. Cuando quieras

te la llevas. Al menos tú la utilizarás.

—¡Mamá! —protesta Marta—, ¿quieres enfadar a Eric?

Sonia suspira, después mueve la cabeza y, mirando a su hija, contesta:

—A Eric se le enfada sólo con mirarlo, cariño.

—También tienes razón —se mofa Marta.

—Y aunque se empeñe en querer que vivamos en una burbujita de cristal para que

nada nos pase —prosigue Sonia—, debe entender que la vida es para disfrutarla y que no

por ir en moto o tirarte en paracaídas te tiene que pasar algo horrible. Si Hannah viviera,

sería lo que le diría. Por lo tanto, cariño —insiste, mirándome—, si tú quieres la moto, tuya

es.

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