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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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días que me ha hecho pasar, pero por otro lo necesito tanto que soy capaz de perdonarle

absolutamente todo para el resto de su vida y gritarle que me folle aquí mismo.

Durante lo que parece una eternidad nos miramos.

Nos calentamos.

Nos besamos con la mirada.

Y como es normal en mí comienzo a desvariar. ¿Lo perdono? ¿No lo perdono?

Pero harto de la espera posa su tentadora boca sobre la mía. Siento sus labios arder

encima de los míos cuando dice:

—Bésame...

No me muevo.

No lo beso.

Estoy tan paralizada por el deseo que apenas si puedo respirar.

—Bésame, pequeña —insiste.

Al ver que no hago nada, posa sus manos en mi cabeza y hace eso que me vuelve

loca: me repasa con su lengua el labio superior y después el inferior, terminando el

momento con un mordisquito delicioso. Su respiración se acelera. La mía parece una

locomotora, y entonces me besa. No espera más. Me posee con su boca de tal manera que

ya estoy dispuesta a absolutamente todo lo que él me pida.

Mientras me besa, siento cómo una de sus manos baja de mi cabeza a mi cuello y

luego llega a mi espalda. Sus dedos se hunden en mi carne y me arrastra hacia él hasta

sentir sobre mi vagina su dulce, tentadora y exquisita erección.

¡Oh, Dios! Menos mal que llevo vaqueros; si no fuera así, Eric ya me habría

arrancado las bragas, o mejor dicho, ya me las habría arrancado yo misma.

Inconscientemente, cierro los ojos y echo para atrás la cabeza. Él, al ver mi disfrute y el

cambio de mi respiración, primero me muerde la barbilla y, bajando su húmeda lengua por

mi garganta, murmura:

—Vamos a la habitación, cariño. Necesito desnudarte y poseerte como llevo días

deseando hacer. Quiero abrir tus piernas para mí y, tras saborearte, hundirme en ti una y

otra vez hasta que tus gemidos calmen el ansia viva que siento por ti.

Escuchar eso me marea. «¡Ansia viva!»

Instantáneamente, me siento borracha de él y, como siempre, quiero más. Pero no,

no debo. Lucho con determinación contra mi deseo y mi excitación, y con las fuerzas que

aún tengo a mi favor me echo para atrás, me separo de él y dejo escapar, a sabiendas de lo

que pasará:

—No..., no estás perdonado.

—Jud..., te deseo.

—No..., no debes.

—Jud..., cariño —protesta.

—Dime cuál es mi habitación y...

Sin terminar la frase, oigo su frustración cuando se separa de mí. Su gesto está tan

tenso como la entrepierna de su pantalón. Cierra los ojos y se apoya en la encimera. Sus

nudillos están blancos, y sin mirarme, finalmente sisea:

—De acuerdo, continuemos con tu juego. Sígueme.

Esta vez, sin darme la mano, comienza a andar hacia la escalera y lo sigo. Miro su

ancha espalda, sus fuertes piernas y su trasero. Eric es tentador. Pura tentación y, ¡uf!, soy

consciente de a lo que acabo de decir que no.

Al llegar a la primera planta camina con decisión hacia su habitación, abre la puerta,

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