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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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tras recibir candela por parte de mi enloquecida hermana, miro a Eric y digo:

—Tenemos que llevarla al hospital.

—No te preocupes, cariño —susurra Eric—. Ya he llamado a Marta y nos espera en

su hospital.

—¿Qué hospital? —aúlla, descompuesta—. No me fío de la sanidad alemana. Mi

hija tiene que nacer en el Doce de Octubre, ¡no aquí!

—Pues Raquel —suspiro—, me parece que la niña va a ser alemana.

—¡No!... —Y agarrando a Eric del cuello, tira de él y, fuera de sí, le exige—: Llama

a tu avión. Que nos recoja y nos lleve a Madrid. Tengo que dar a luz allí.

Eric pestañea. Me mira y a mí me entra la risa otra vez. Mi hermana, desconcertada,

grita:

—¡Cuchu, por favorrrrrrrrrrrrrrr, no te rías!

—Raquel..., mírame —murmuro, e intento no reír—. Punto uno: relájate. Punto dos:

si la niña tiene que nacer aquí, nacerá en el mejor hospital porque Eric lo va a arreglar. Y

punto tres: por mi boda no te preocupes, que quedan diez días, cariño.

Eric, al que le ha cambiado la cara y tiene un agobio por todo lo alto, le pide a

Simona que se quede con los niños. Luego, sin hacer caso a los lamentos de mi hermana, la

coge entre sus brazos y la mete en el coche. En veinte minutos, estamos en el hospital

donde trabaja mi cuñada Marta. Nos espera. Pero mi hermana sigue en sus trece. La niña no

puede nacer allí.

Pero la naturaleza sigue su curso y, cinco horas después, una preciosa niña de casi

tres kilos nace en Alemania. Tras pasar con mi hermana el trago del parto, pues se niega a

estar sola en un quirófano con desconocidos a los que no entiende, cuando salgo

despeluchada miro a Eric y a mi padre. Ambos están serios. Se levantan y yo camino hasta

ellos y me siento.

—¡Dios, ha sido horrible!

—Cariño —se preocupa Eric—, ¿te encuentras bien?

Todavía recordando lo que he visto, murmuro:

—Ha sido horroroso, Eric..., horroroso. ¡Mira cómo tengo el cuello de ronchones!

Cojo una revista que hay sobre la mesa y me doy aire. ¡Qué calor!

—Morenita —gruñe mi padre—, déjate de tonterías y dime cómo está tu hermana.

—¡Ay, papá!, perdona —suspiro—. Raquel y la niña están estupendamente. La niña

ha pesado casi tres kilos, y Raquel ha llorado y ha reído cuando la ha visto. Está ¡genial!

Eric sonríe, mi padre también, y se dan un abrazo. Se felicitan. Pero a mí aquello me

ha trastocado.

—La niña es preciosa..., pero yo..., yo me estoy mareando.

Asustado, Eric me sujeta. Mi padre me quita la revista y me da aire mientras musito:

—Eric.

—Dime, cariño.

Lo miro con los ojos desencajados.

—Por favor, cariño. No permitas que yo pase por eso.

Eric no sabe qué decir. Ver cómo estoy le está preocupando, y mi padre suelta una

risotada.

—¡Ojú, miarma!, eres igualita que tu madre hasta en eso.

Cuando el mareo se ha pasado y vuelvo a ser yo, mi padre me mira.

—Otra niña. ¿Por qué siempre estoy rodeado de mujeres? ¿Cuándo voy a tener un

nietecito varón?

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