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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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—Te quiero, Iceman —digo finalmente.

Eric cierra los ojos y me abraza. Me aprieta contra su cuerpo, y todos aplauden.

Eric me besa. Yo lo beso y me fundo en sus brazos, deseosa de no soltarme nunca

más.

Así estamos unos minutos, hasta que se separa de mí. Todos se callan.

—Pequeña, me has devuelto dos veces el anillo, y espero que a la tercera vaya la

vencida.

Sonrío, y sorprendiéndome de nuevo, clava una rodilla en el suelo y, poniendo el

anillo de diamantes delante de mí, dice, desconcertándome:

—Sé que fuiste tú la que me pidió matrimonio la otra vez por un impulso, pero esta

vez quiero que sea mi impulso, y sobre todo que sea oficial y ante nuestras familias. —Y

dejándome boquiabierta, continúa—: Señorita Flores, ¿te quieres casar conmigo?

Me pica el cuello. ¡Los ronchones!

Me rasco. ¿Boda? ¡Qué nervios!

Eric me mira y sonríe. Sabe lo que pienso. Se levanta, acerca su boca a mi cuello y

sopla con dulzura. En este mismo instante, acepto que él es mi guerrero, y yo, su guerrera, y

agarrándole la cara, lo miro directamente a los ojos y respondo:

—Sí, señor Zimmerman, me quiero casar contigo.

En el interior de mi casa todos saltan de alegría.

¡Boda a la vista!

Eric y yo, abrazados, los miramos y somos felices. Entonces, agarro el picaporte de

la puerta y la cierro. Mi amor y yo nos quedamos en el descansillo de mi casa, solos.

—¿Todo esto lo has organizado por mí?

—¡Ajá, pequeña! He tirado de la artillería por si no me querías escuchar, ni ver, ni

besar, ni dar una oportunidad —susurra, besándome el cuello.

¡Es que me lo como!

Feliz como una perdiz mientras acepto sus dulces besos en mi cuello, murmuro:

—He echado de menos algo.

—¿El qué? —pregunta, mirándome.

—La botellita de pegatinas rosas con sabor a fresas.

Eric suelta una carcajada y me da un morboso azote en el trasero.

—Esa y todas las que quieras están esperándonos en la nevera de nuestra casa.

—¡Genial!

Me estrecho contra él, lo abrazo y me coge entre sus brazos. Enredo mis piernas en

su cintura y me apoya contra la pared.

Me besa, lo beso. Me excita, lo excito.

Lo deseo, me desea.

—Pequeña, para —me advierte, divertido al ver mi entrega—. La casa está llena de

gente y nos encontramos en el pasillo de tu edificio.

Asiento. Disfruto de estar entre sus brazos, y murmuro haciéndole reír:

—Sólo te estoy mostrando lo que va a ocurrir cuando estemos solos. Porque quiero

que sepas que te voy a castigar.

Eric da un respingo. Me mira. Mis castigos suelen ser drásticos y, mordisqueando

su boca, afirmo:

—Te voy a castigar obligándote a cumplir todas nuestras fantasías.

Mi amor sonríe y aprieta su dura erección contra mí. ¡Oh, sí!

Saca su móvil y teclea algo. En décimas de segundo, la puerta de mi casa se abre.

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