2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell
Eso me hace reír. Miro a Eric, y éste se encoge de hombros.—Tía Jud —dice Flyn—, todavía no hemos leído los deseos que pedimos enNavidad. —Eso me emociona, él murmura—: He cambiado mis deseos. Los que escribí enNavidad no eran muy bonitos. Además, le he confesado al tío Eric que yo también ocultabasecretos. Le he dicho que yo fui quien agitó la coca-cola ese día para que te explotara en lacara y que por mi culpa te caíste en la nieve y te hiciste la fea herida de la barbilla.—¿Por qué se lo has dicho?—Tenía que decírselo. Siempre has sido buena conmigo, y él tenía que saberlo.—¡Ah!, por cierto, cariño —indica Sonia—, a partir de este año las Navidades lascelebraremos juntos. Se acabó celebrarlas por separado.—¡Bien, abuela! —salta Flyn, y yo sonrío.—Y nosotros estaremos también —puntualiza mi emocionado padre.—¡Bien, yayo! —aplaude Luz, y Eric se ríe con las manos en los bolsillos.Lo miro. Me mira. Nuestros ojos se encuentran, y cuando creo que no puede llegarmás gente, entran Björn, Frida y Andrés con el pequeño Glen. Los dos hombres no dicennada. Sólo me miran, me abrazan y sonríen. Y Frida, abrazándome también, murmura enmi oído:—Castígale cuando lo perdones. Se lo merece.Ambas nos reímos, y yo me llevo las manos a la cara. No me lo puedo creer. Micasa está llena de gente que me quiere, y todo esto lo ha movilizado Eric. Todos me miran ala espera de que diga algo. Estoy emocionada. Terriblemente emocionada. Eric es el únicoque está todavía fuera. Le he prohibido entrar. Con decisión, se acerca a mi puerta.—Te quiero, pequeña —declara—. Te lo digo a solas, ante nuestras familias y antequien haga falta. Tenías razón. Tras lo de Hannah estaba encerrado en un bucle que no mefavorecía y a mi familia tampoco. Lo estaba haciendo mal, especialmente con Flyn. Pero túllegaste a mi vida, a nuestras vidas, y todo cambió para bien. Créeme, amor, que eres elcentro de mi existencia.Un «¡ohhhhhh!» algodonoso escapa de la garganta de mi hermana, y yo sonríocuando Eric añade:—Sé que no hice las cosas bien. Tengo mal genio, soy frío en ocasiones, aburrido eintratable. Intentaré corregirlo. No te lo prometo porque no te quiero fallar, pero lo voy aintentar. Si accedes a darme otra oportunidad, regresaremos a Múnich con tu moto yprometo ser quien más te aplauda y más grite cuando compitas en motocross. Incluso, si túquieres, te acompañaré con la moto de Hannah por los campos de al lado de casa. —Yclavando su mirada en mis ojos, susurra—: Por favor, pequeña, dame otra oportunidad.Todos nos miran.No se oye una mosca.Nadie dice nada. Mi corazón bombea a un ritmo frenético.¡Eric lo ha vuelto a hacer!Lo quiero..., lo quiero y lo adoro. Ése es el Eric romántico que me vuelve loca.Voy hasta la puerta, salgo de mi casa, me acerco a Eric y, poniéndome de puntillas,acerco mi boca a la suya, chupo su labio superior, después el inferior y, tras darle unmordisquito, manifiesto:—No eres aburrido. Me gusta tu mal genio y tu cara de mala leche, y no te voy apermitir que cambies.—De acuerdo, cariño —asiente con una gran sonrisa.Nos miramos. Nos devoramos con la mirada. Sonreímos.
—Te quiero, Iceman —digo finalmente.Eric cierra los ojos y me abraza. Me aprieta contra su cuerpo, y todos aplauden.Eric me besa. Yo lo beso y me fundo en sus brazos, deseosa de no soltarme nuncamás.Así estamos unos minutos, hasta que se separa de mí. Todos se callan.—Pequeña, me has devuelto dos veces el anillo, y espero que a la tercera vaya lavencida.Sonrío, y sorprendiéndome de nuevo, clava una rodilla en el suelo y, poniendo elanillo de diamantes delante de mí, dice, desconcertándome:—Sé que fuiste tú la que me pidió matrimonio la otra vez por un impulso, pero estavez quiero que sea mi impulso, y sobre todo que sea oficial y ante nuestras familias. —Ydejándome boquiabierta, continúa—: Señorita Flores, ¿te quieres casar conmigo?Me pica el cuello. ¡Los ronchones!Me rasco. ¿Boda? ¡Qué nervios!Eric me mira y sonríe. Sabe lo que pienso. Se levanta, acerca su boca a mi cuello ysopla con dulzura. En este mismo instante, acepto que él es mi guerrero, y yo, su guerrera, yagarrándole la cara, lo miro directamente a los ojos y respondo:—Sí, señor Zimmerman, me quiero casar contigo.En el interior de mi casa todos saltan de alegría.¡Boda a la vista!Eric y yo, abrazados, los miramos y somos felices. Entonces, agarro el picaporte dela puerta y la cierro. Mi amor y yo nos quedamos en el descansillo de mi casa, solos.—¿Todo esto lo has organizado por mí?—¡Ajá, pequeña! He tirado de la artillería por si no me querías escuchar, ni ver, nibesar, ni dar una oportunidad —susurra, besándome el cuello.¡Es que me lo como!Feliz como una perdiz mientras acepto sus dulces besos en mi cuello, murmuro:—He echado de menos algo.—¿El qué? —pregunta, mirándome.—La botellita de pegatinas rosas con sabor a fresas.Eric suelta una carcajada y me da un morboso azote en el trasero.—Esa y todas las que quieras están esperándonos en la nevera de nuestra casa.—¡Genial!Me estrecho contra él, lo abrazo y me coge entre sus brazos. Enredo mis piernas ensu cintura y me apoya contra la pared.Me besa, lo beso. Me excita, lo excito.Lo deseo, me desea.—Pequeña, para —me advierte, divertido al ver mi entrega—. La casa está llena degente y nos encontramos en el pasillo de tu edificio.Asiento. Disfruto de estar entre sus brazos, y murmuro haciéndole reír:—Sólo te estoy mostrando lo que va a ocurrir cuando estemos solos. Porque quieroque sepas que te voy a castigar.Eric da un respingo. Me mira. Mis castigos suelen ser drásticos y, mordisqueandosu boca, afirmo:—Te voy a castigar obligándote a cumplir todas nuestras fantasías.Mi amor sonríe y aprieta su dura erección contra mí. ¡Oh, sí!Saca su móvil y teclea algo. En décimas de segundo, la puerta de mi casa se abre.
- Page 218 and 219: ¿Ha dicho Betta?El corazón me com
- Page 220 and 221: Sorprendidos lo miramos, y digo:—
- Page 222 and 223: —¡¿Cómo tengo que deciros que
- Page 224 and 225: 36A la mañana siguiente, cuando ba
- Page 226 and 227: Eso me descoloca.—¿Y por qué me
- Page 228 and 229: no me consumas con tu puñetera fri
- Page 230 and 231: Sin más, salgo del despacho mientr
- Page 232 and 233: quiero regresar a casa. No quiero v
- Page 234 and 235: —Te lo prometo.Sus ojos vidriosos
- Page 236 and 237: la vuelta, me monto en la moto y, t
- Page 238 and 239: Con mimo le paso la mano por su abu
- Page 240 and 241: —Pero, hija, ¡eso es horrible! U
- Page 242 and 243: 40Una mañana, tras mil indecisione
- Page 244 and 245: 41Los días pasan y me sumerjo en e
- Page 246 and 247: amigo, sal ahora mismo por esa puer
- Page 248 and 249: gana.—¿Juegas con él, Judith?Ot
- Page 250 and 251: 42Al día siguiente, Eric no aparec
- Page 252: Eso me gusta. El que me pida algo a
- Page 255 and 256: pido uno. Necesito fumar. Tras las
- Page 257 and 258: Eric sonríe, pero su sonrisa me as
- Page 259 and 260: 44A las siete de la mañana, cuando
- Page 261 and 262: Sé que estás muy enfadada conmigo
- Page 263 and 264: Para: Judith FloresAsunto: No sé q
- Page 265 and 266: Por la noche, cuando abro el ordena
- Page 267: las manos, cuchichea—. Judith, te
- Page 271 and 272: EpílogoMúnich... dos meses despu
- Page 273 and 274: tras recibir candela por parte de m
- Page 275 and 276: tenerlos. Se te pone eso... enorme.
- Page 277 and 278: toca. Y dispuesta a sellar para sie
- Page 279 and 280: Encontrarás más información sobr
- Page 281: ISBN: 978-84-08-11272-3 (epub)Conve
Eso me hace reír. Miro a Eric, y éste se encoge de hombros.
—Tía Jud —dice Flyn—, todavía no hemos leído los deseos que pedimos en
Navidad. —Eso me emociona, él murmura—: He cambiado mis deseos. Los que escribí en
Navidad no eran muy bonitos. Además, le he confesado al tío Eric que yo también ocultaba
secretos. Le he dicho que yo fui quien agitó la coca-cola ese día para que te explotara en la
cara y que por mi culpa te caíste en la nieve y te hiciste la fea herida de la barbilla.
—¿Por qué se lo has dicho?
—Tenía que decírselo. Siempre has sido buena conmigo, y él tenía que saberlo.
—¡Ah!, por cierto, cariño —indica Sonia—, a partir de este año las Navidades las
celebraremos juntos. Se acabó celebrarlas por separado.
—¡Bien, abuela! —salta Flyn, y yo sonrío.
—Y nosotros estaremos también —puntualiza mi emocionado padre.
—¡Bien, yayo! —aplaude Luz, y Eric se ríe con las manos en los bolsillos.
Lo miro. Me mira. Nuestros ojos se encuentran, y cuando creo que no puede llegar
más gente, entran Björn, Frida y Andrés con el pequeño Glen. Los dos hombres no dicen
nada. Sólo me miran, me abrazan y sonríen. Y Frida, abrazándome también, murmura en
mi oído:
—Castígale cuando lo perdones. Se lo merece.
Ambas nos reímos, y yo me llevo las manos a la cara. No me lo puedo creer. Mi
casa está llena de gente que me quiere, y todo esto lo ha movilizado Eric. Todos me miran a
la espera de que diga algo. Estoy emocionada. Terriblemente emocionada. Eric es el único
que está todavía fuera. Le he prohibido entrar. Con decisión, se acerca a mi puerta.
—Te quiero, pequeña —declara—. Te lo digo a solas, ante nuestras familias y ante
quien haga falta. Tenías razón. Tras lo de Hannah estaba encerrado en un bucle que no me
favorecía y a mi familia tampoco. Lo estaba haciendo mal, especialmente con Flyn. Pero tú
llegaste a mi vida, a nuestras vidas, y todo cambió para bien. Créeme, amor, que eres el
centro de mi existencia.
Un «¡ohhhhhh!» algodonoso escapa de la garganta de mi hermana, y yo sonrío
cuando Eric añade:
—Sé que no hice las cosas bien. Tengo mal genio, soy frío en ocasiones, aburrido e
intratable. Intentaré corregirlo. No te lo prometo porque no te quiero fallar, pero lo voy a
intentar. Si accedes a darme otra oportunidad, regresaremos a Múnich con tu moto y
prometo ser quien más te aplauda y más grite cuando compitas en motocross. Incluso, si tú
quieres, te acompañaré con la moto de Hannah por los campos de al lado de casa. —Y
clavando su mirada en mis ojos, susurra—: Por favor, pequeña, dame otra oportunidad.
Todos nos miran.
No se oye una mosca.
Nadie dice nada. Mi corazón bombea a un ritmo frenético.
¡Eric lo ha vuelto a hacer!
Lo quiero..., lo quiero y lo adoro. Ése es el Eric romántico que me vuelve loca.
Voy hasta la puerta, salgo de mi casa, me acerco a Eric y, poniéndome de puntillas,
acerco mi boca a la suya, chupo su labio superior, después el inferior y, tras darle un
mordisquito, manifiesto:
—No eres aburrido. Me gusta tu mal genio y tu cara de mala leche, y no te voy a
permitir que cambies.
—De acuerdo, cariño —asiente con una gran sonrisa.
Nos miramos. Nos devoramos con la mirada. Sonreímos.