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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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cuidar muy bien yo solita. Por lo tanto, ya se puede marchar.

El que yo haya afirmado que juego en otros momentos lo atiza. Lo veo en su rostro

y, antes de que diga nada que me pueda enfadar aún más, siseo:

—Salga de mi habitación ahora mismo, señor Zimmerman.

No se mueve.

—Usted no es nadie para entrar aquí sin ser invitado. Con seguridad lo esperarán en

otras habitaciones. Corra, no pierda el tiempo; seguro que Amanda o cualquier otra de sus

mujeres desea ser su centro de atención. No pierda el tiempo aquí conmigo y márchese a

jugar.

Tensión. Mucha tensión.

Nos miramos como auténticos rivales, y cuando él se acerca a mí, yo me muevo con

rapidez. No estoy dispuesta a caer en su juego por mucho que mi cuerpo lo necesite, lo

grite.

Le oigo maldecir y luego, sin mirarme, se dirige hacia la puerta, la abre y se va. Se

marcha furioso.

Me quedo sola en la habitación. Mis pulsaciones están a mil. No sé qué quiere Eric.

Lo que yo sí sé es que cuando estoy a solas con él no soy la dueña de mi cuerpo.

La noche que regreso de la convención en Múnich decido que debo retomar mi

vida. Debo olvidarme de Eric y buscarme otro trabajo. Necesito volver a ser yo o, como

siga así, no sé qué va a ser de mí.

Al día siguiente, cuando llego a la oficina, hablo con Miguel. Éste no entiende que

me quiera marchar. Intenta convencerme, pero intuye que lo que había entre el jefazo y yo

no está zanjado. Me acompaña hasta el despacho de Gerardo y, una vez allí, gestiono mi

despido.

Tras una mañana de locos en la que Gerardo no sabe qué hacer conmigo, al final lo

consigo. Causo baja definitivamente en Müller.

Por la tarde, cuando salgo de la oficina, sonrío. Ése es el primer día de mi vida.

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