2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell
41Los días pasan y me sumerjo en el trabajo. Trabajar junto a Miguel es una delicia.Más que a una secretaria me trata como a una compañera. Por las tardes necesito salir decasa. Doy paseos y en ocasiones me agobia ver a tanta gente. Echo en falta esos paseos enla nieve por la urbanización solitaria llena de árboles de Múnich.Uno de aquellos días mi jefe, a la hora de la comida, me dice:—Te invito a comer. Quiero enseñarte algo que estoy seguro que te va a encantar.Nos montamos en su coche y aparcamos por el centro de Madrid. Agarrada de subrazo camino por la calle mientras vamos charlando cuando veo que entramos en un burgeralgo costroso. Divertida, lo miro y digo:—Serás rata.—¿Por qué? —pregunta divertido.—¿De verdad que me vas a invitar a comer una hamburguesa?Miguel asiente, me mira con una extraña sonrisa, y dice:—Claro. Siempre te han gustado, ¿no?Me encojo de hombros y finalmente musito:—Pues también tienes razón. Pero hoy, como invitas tú, la quiero doble de queso ydoble de patatas.Asiente y nos ponemos en la cola. Estamos charlando, y cuando nos toca pedir, mequedo sin palabras al ver a la persona que nos va a tomar el pedido.Ante mí está mi ex jefa. Aquella idiota de pelo lustroso que me hacía la vidaimposible en Müller. Ahora es la encargada de aquel burger. Mi cara de asombro es tal queella, molesta, dice:—Si no saben lo que van a pedir, por favor, dejen pasar al siguiente cliente.Tras reponerme de la impresión, Miguel y yo hacemos nuestro pedido, y cuando nosmarchamos con las bandejas a la mesa, entre risas, él comenta:—Anda, tira la hamburguesa y vayamos a comer otra cosa. Esa tía es tan mala quees capaz de habernos escupido o echado matarratas en la comida.Horrorizada ante tal posibilidad le hago caso y entre risas salimos de ese lugar. Lavida en ocasiones es justa y a ella la vida le está dando una buena lección.Mis días se estructuran en trabajo, paseos y noches pensando en Eric. No he vueltoa saber nada más de él. Ya ha pasado un mes desde mi regreso a España y cada día mesiento más lejos de él, aunque cuando me masturbo con el vibrador que él me regaló lesiento a mi lado.Vuelvo a salir con los amigos de siempre y disfruto de los bocatas de calamares dela plaza Mayor con ellos. Pero cuando nos vamos de juerga, me descontrolo. Bebo más de
la cuenta y sé que lo hago para olvidar. Lo necesito.De momento, ningún hombre llama mi atención. Ninguno me pone. Y cuandoalguno lo intenta, directamente lo corto. Yo elijo, y no estoy en el mercado de la carne.Un domingo por la mañana, tras una buena juerga la noche anterior, suena la puertade mi casa. Me levanto. El timbre vuelve a sonar. Mi hermana no es, o ella misma habríaabierto la puerta. Cuando miro por la mirilla tengo que pestañear al ver quién es. Abro lapuerta y murmuro:—¡¿Björn?!El hombre me mira y soltando una carcajada dice:—¡Madre mía, Jud, menuda juerga te debiste de pegar anoche!Abro los brazos, él da un paso adelante y nos fundimos en un sano y cariñosoabrazo. Pasados unos segundos musita:—Venga, date una ducha. Necesitas ser persona.Corro al baño, y cuando me miro en el espejo, hasta yo misma me asusto. Soy comola bruja Lola pero en moreno. El agua me reactiva la vida y la circulación de la sangre.Cuando acabo y regreso al salón vestida con mis clásicos vaqueros, una camisa y una coletaalta, dice:—Preciosa. Así estás mil veces más tentadora.Ambos nos reímos. Le invito a sentarse en mi sofá y mirándolo pregunto:—¿Qué haces aquí?Björn me retira un pelo de la cara, lo pone tras la oreja y responde:—No, preciosa. La pregunta es: ¿qué haces tú aquí?No lo entiendo. Pestañeo.—Debes regresar a Múnich.—¡¿Cómo?!—Lo que oyes. Eric te necesita y te necesita ¡ya!Me acomodo en el sillón. Me muevo y aclaro.—No se me ha perdido nada en Múnich, Björn. Tú mismo viste que entre él y yo,tras lo que pasó esa noche, nada funcionaba. Viste que...—Lo que vi es que me besaste para enfurecerlo. Eso es lo que vi.—¡Joder, Björn! No me lo recuerdes.—¿Tan terrible fue? —se mofa. Y cuando voy a responder, suelta una carcajada ypregunta—: Pero bueno, cielo, ¿cómo se te ocurrió hacer eso?Cada vez más descolocada frunzo el ceño y murmuro:—Te besé porque Eric necesitaba un último toque para echarme de su vida. Me loacababa de decir segundos antes y yo sólo le facilite el momento. Cuando tú llegaste, losiento, pero te vi y tuve que hacerlo. Te besé para que él diera el último paso y me echara.—Pero ¿él te dijo que te marcharas?Lo pienso, lo pienso y, finalmente, respondo:—Sí.—No —corrige él—. Tú eras la que gritaba que te marchabas, y él al final fue quiente dijo que si te querías marchar que te marcharas. Pero fuiste tú, querida Judith.—No..., pero...—Exacto. ¡No! Él no fue.La sangre se me agolpa. No quiero hablar de eso y, antes de que Björn diga nadamás, me levanto del sofá.—Mira, chato, si has venido aquí para volverme loca hablando del gilipollas de tu
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la cuenta y sé que lo hago para olvidar. Lo necesito.
De momento, ningún hombre llama mi atención. Ninguno me pone. Y cuando
alguno lo intenta, directamente lo corto. Yo elijo, y no estoy en el mercado de la carne.
Un domingo por la mañana, tras una buena juerga la noche anterior, suena la puerta
de mi casa. Me levanto. El timbre vuelve a sonar. Mi hermana no es, o ella misma habría
abierto la puerta. Cuando miro por la mirilla tengo que pestañear al ver quién es. Abro la
puerta y murmuro:
—¡¿Björn?!
El hombre me mira y soltando una carcajada dice:
—¡Madre mía, Jud, menuda juerga te debiste de pegar anoche!
Abro los brazos, él da un paso adelante y nos fundimos en un sano y cariñoso
abrazo. Pasados unos segundos musita:
—Venga, date una ducha. Necesitas ser persona.
Corro al baño, y cuando me miro en el espejo, hasta yo misma me asusto. Soy como
la bruja Lola pero en moreno. El agua me reactiva la vida y la circulación de la sangre.
Cuando acabo y regreso al salón vestida con mis clásicos vaqueros, una camisa y una coleta
alta, dice:
—Preciosa. Así estás mil veces más tentadora.
Ambos nos reímos. Le invito a sentarse en mi sofá y mirándolo pregunto:
—¿Qué haces aquí?
Björn me retira un pelo de la cara, lo pone tras la oreja y responde:
—No, preciosa. La pregunta es: ¿qué haces tú aquí?
No lo entiendo. Pestañeo.
—Debes regresar a Múnich.
—¡¿Cómo?!
—Lo que oyes. Eric te necesita y te necesita ¡ya!
Me acomodo en el sillón. Me muevo y aclaro.
—No se me ha perdido nada en Múnich, Björn. Tú mismo viste que entre él y yo,
tras lo que pasó esa noche, nada funcionaba. Viste que...
—Lo que vi es que me besaste para enfurecerlo. Eso es lo que vi.
—¡Joder, Björn! No me lo recuerdes.
—¿Tan terrible fue? —se mofa. Y cuando voy a responder, suelta una carcajada y
pregunta—: Pero bueno, cielo, ¿cómo se te ocurrió hacer eso?
Cada vez más descolocada frunzo el ceño y murmuro:
—Te besé porque Eric necesitaba un último toque para echarme de su vida. Me lo
acababa de decir segundos antes y yo sólo le facilite el momento. Cuando tú llegaste, lo
siento, pero te vi y tuve que hacerlo. Te besé para que él diera el último paso y me echara.
—Pero ¿él te dijo que te marcharas?
Lo pienso, lo pienso y, finalmente, respondo:
—Sí.
—No —corrige él—. Tú eras la que gritaba que te marchabas, y él al final fue quien
te dijo que si te querías marchar que te marcharas. Pero fuiste tú, querida Judith.
—No..., pero...
—Exacto. ¡No! Él no fue.
La sangre se me agolpa. No quiero hablar de eso y, antes de que Björn diga nada
más, me levanto del sofá.
—Mira, chato, si has venido aquí para volverme loca hablando del gilipollas de tu