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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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Con mimo le paso la mano por su abultada barriga, y antes de que yo pueda decir

nada, suelta:

—Jesús y yo nos estamos separando.

Sorprendida, la miro. ¿He oído bien? Y con una frialdad que no sabía que existía en

mi hermana, me explica:

—Le dije a papá y a Eric que no te dijeran nada por no preocuparte. Pero ahora que

estás aquí, creo que lo tienes que saber.

—¡¿Eric?!

—Sí, cuchu..., y...

—¿Eric lo sabía? —grito, descolocada.

Mi hermana, que no entiende nada, me toma las manos y murmura:

—Sí, cariño. Pero le prohibí que te lo contara. No vayas a enfadarte con él por eso.

No doy crédito. ¡No doy crédito!

Él se enfada conmigo porque le oculto cosas cuando él me las esconde también,

¿increíble?

Cierro los ojos. Intento tranquilizarme. Mi hermana tiene un problemón, e

intentando olvidarme de Eric y nuestros problemas, pregunto:

—Pero... Pero ¿qué ha pasado?

—Me la estaba pegando con medio Madrid —afirma tan fresca—. Ya te lo dije hace

tiempo, aunque no me creyeras.

Durante horas hablamos. Esta noticia me ha dejado totalmente noqueada. No me

esperaba esa traición por parte del tonto de mi cuñado. ¡Para que te fíes de los tontos...!

Pero lo que me tiene totalmente sin palabras es mi hermana. Ella, que es tan llorona, de

pronto está centrada y tranquila. ¿Será el embarazo?

—¿Y Luz? ¿Cómo lo lleva ella?

Mueve la cabeza con resignación.

—Bien. Ella lo lleva bien. Se disgustó mucho cuando le dije que me iba a separar de

su padre, pero, desde que Jesús se fue hace mes y medio de casa, la veo feliz y me lo

demuestra todos los días cuando la veo sonreír.

Hablamos, hablamos y hablamos, y tras comprobar por mí misma lo fuerte que es

mi hermana y, en especial, que está bien a pesar del disgusto y el embarazo, pregunto:

—¿Mi coche está en el parking?

—Sí, cielo. Funciona de maravilla. Lo he estado utilizando yo estos meses.

Asiento. Me retiro el pelo de la cara, y entonces, susurra:

—No me cuentes lo que ha pasado con Eric. No quiero saberlo. Yo sólo necesito

saber que tú estás bien.

Agradezco que diga eso y, mirándola, afirmo como puedo:

—Lo estoy, Raquel. Estoy bien.

Nos volvemos a abrazar y me siento en casa. Cuando esa noche se va y me quedo

sola por fin puedo respirar. Me he desahogado. He llorado como deseaba y me siento

mucho mejor. Aunque estoy más enfadada con Eric. ¿Cómo ha podido ocultarme algo así?

Decido no llamar a mi padre. Voy a sorprenderlo. A las siete de la mañana me

levanto y voy al garaje. Miro a mi Leoncito y sonrío. ¡Qué bonito es! Tras meterme en él

arranco y pongo dirección a Jerez. En el camino, tengo momentitos para todo. Para la risa.

Para el llanto. Para cantar o para maldecir y acordarme de todos los antepasados de Eric.

Al llegar a Jerez voy directa al taller de papá. Cuando aparco el coche en la puerta

lo veo hablando con dos amigos suyos y, de pronto, al verme, se paraliza. Sonríe, y corre

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