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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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Al día siguiente, con una resaca monumental, pues la noche ha sido de órdago y

sólo he dormido unas horas en la casa de Marta, cuando llego a casa de Eric, él está allí.

Cuando me ve entrar con las gafas de sol puestas, camina hacia mí y sisea furioso:

—¿Se puede saber dónde has dormido?

Sorprendida, levanto la mano y murmuro:

—En medio de la calle te puedo asegurar que no.

Gruñe. Blasfema. Me hace saber lo preocupado que ha estado. No le hago caso.

Camino decidida mientras siento sus pasos detrás de mí. Está furioso, y cuando entro en mi

cuartito, le doy con la puerta en las narices. Eso le ha debido de cabrear una barbaridad.

Espero a que entre y me grite, pero no lo hace. ¡Bien! No me apetece oírle gruñir. Hoy no.

Mientras termino de meter mis cosas en las cajas de cartón intento ser fuerte. No

voy a llorar. Se acabó llorar por Iceman. Si no le importo, no tengo por qué quererlo yo a

él. Tengo que terminar con esto cuanto antes. Cuando acabo de cerrar una caja de libros,

decido subir a mi habitación. Aquí tengo muchas cosas. Por suerte, no me cruzo con Eric, y

cuando entro en el dormitorio, suspiro al ver que tampoco está. Dejo un par de cajas y entro

a ver a Flyn.

El pequeño, al verme, se alegra, pero cuando se da cuenta de que me estoy

despidiendo de él, su gesto cambia. Su dura mirada vuelve y susurra:

—Prometiste que no te irías.

—Lo sé, cielo. Sé que te lo prometí, pero en ocasiones las cosas entre los adultos no

salen como uno prevé, y al final, se complican más de lo que imaginabas.

—Todo es culpa mía —dice, y se le contrae la cara—. Si yo no hubiera cogido el

skate, no me habría caído, y el tío y tú no habríais discutido.

Lo abrazo. Lo acuno. Nunca me habría imaginado que lloraría por mí, e intentando

que las lágrimas no desborden mis ojos, murmuro:

—Escucha, Flyn. Tú no tienes la culpa de nada, cariño. Tu tío y yo...

—No quiero que te vayas. Contigo me lo paso bien, y eres..., eres buena conmigo.

—Escucha, cielo.

—¿Por qué te tienes que ir?

Sonrío con tristeza. Es incapaz de escucharme y yo de explicarle una vez más el

absurdo cuento de por qué me voy. Al final, le quito las lágrimas de los ojos y le digo:

—Flyn, siempre me has demostrado que eres un hombrecito tan duro como tu tío.

Ahora lo tienes que volver a ser, ¿vale? —El crío asiente, y prosigo—: Cuida bien a

Calamar. Recuerda que él es tu superamigo y tu supermascota, y quiere mucho a Susto, ¿de

acuerdo?

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