2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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Eso me descoloca.—¿Y por qué me voy a marchar? —pregunto.No contesta. Me mira, y entonces murmuro con un hilo de voz:—¿Te ha dicho tu tío que me voy a ir?El crío niega con la cabeza, pero yo saco mis propias conclusiones.Dios, no. ¡Otra vez no!Trago el nudo de emociones que en mi garganta pugna por salir. Respiro y susurro:—Escucha, cielo. Tanto si me voy como si me quedo, seguiremos siendo amigos,¿vale? —Asiente, y yo con el corazón dolorido cambio de tema—: ¿Te apetece quejuguemos a las cartas?El niño accede, y yo me trago las lágrimas. Juego con él mientras mi cabeza piensaen lo que ha dicho. ¿Querrá Eric que me vaya?Tras la comida, Eric regresa. Va directo a la habitación de su sobrino, y yo meabstengo de entrar. Durante horas me tiro en el sillón del salón y veo la televisión, hastaque no puedo más, y salgo al exterior con Susto y Calamar. Me doy una vuelta por laurbanización y tardo más de la cuenta con la esperanza de que Eric me busque o me llameal móvil. Pero nada de eso ocurre, y cuando regreso, Simona sale de su casa y me indicaque el señor ya se ha ido a dormir.Miro mi reloj. Las once y media de la noche.Confusa porque Eric se acueste sin regresar yo, entro en la casa y, tras dar de bebera los animales, subo la escalera con cuidado. Me asomo al cuarto de Flyn y el pequeñoduerme. Voy hasta él, le doy un beso en la frente y me encamino a mi habitación. Al entrar,miro hacia la cama. La oscuridad no me deja ver con claridad a Eric, pero sé que el bultoque vislumbro es él. En silencio, me desnudo y me meto en la cama. Tengo los piescongelados. Quiero abrazarlo y, cuando me acerco a él, se da la vuelta.Su desprecio me duele, pero decidida a hablar con él, murmuro:—Eric, lo siento, cariño. Por favor, perdóname.Sé que está despierto. Lo sé. Y sin moverse responde:—Estás perdonada. Duérmete. Es tarde.Con el corazón roto me acurruco en la cama y, sin tocarlo intento dormirme. Doymil vueltas y al final lo consigo.

37Cuando me despierto al día siguiente estoy sola en la cama. Eso no me extraña, perocuando bajo a la cocina y Simona me indica que el señor se ha ido a trabajar, resoplo deindignación. ¿Por qué me he dormido justo hoy?Como puedo paso el día junto a Flyn. El pequeño está irascible. Le duele el brazo ysu buen rollo conmigo es nulo.Desesperada me siento con Simona a ver «Locura esmeralda». Ese día Luis AlfredoQuiñones, el amor de Esmeralda Mendoza, cree que ella lo engaña con Rigoberto, el mozode cuadras de los Halcones de San Juan, y cuando el capítulo acaba Simona y yo nosmiramos desesperadas. ¿Cómo nos pueden dejar así?Eric no viene a comer, y al regresar bien entrada la tarde de la oficina, cuando meve, no me besa. Me saluda con un seco movimiento de cabeza y se va a ver a su sobrino.Cena con él, y cuando llega la hora de dormir, hace lo mismo de la noche anterior. Se da lavuelta y no me habla. No me abraza.Durante cuatro días soporto ese trato. No me habla. No me mira. Y el jueves mesorprende cuando me busca en mi cuartito y me espeta:—Tenemos que hablar.¡Uf!, qué mal suena esa frase. Es asoladora, pero asiento.Me indica que pase a su despacho. Va a ver a su sobrino. Hago lo que me pide. Loespero. Espero durante más de dos horas. Me está provocando. Cuando entra en eldespacho mis nervios están por todo lo alto. Él se sienta a su mesa. Me mira como llevabadías sin mirarme y se repanchinga en su sillón.—Tú dirás.Boquiabierta, le miro y siseo:—¡¿Yo diré?!—Sí, tú dirás. Te conozco, y sé que tendrás mucho que decir.Como un huracán me cambia el gesto. Su chulería en ocasiones me puede y, sinmás, me explayo:—¿Cómo puedes ser tan frío? ¡Por favor! Estamos a jueves y llevas desde el sábadosin hablarme. ¡Oh, Dios!, me estaba volviendo loca. ¿Acaso pretendes no hablarme nuncamás? ¿Martirizarme? ¿Clavarme en una cruz y ver cómo me desangro delante de ti? Frío...,frío..., eso es lo que eres: un alemán frío. Todos sois iguales. No tenéis sentido del humor.Pero si cuando os cuento un chiste ni os reís, y si soy simpática os creéis que estoyflirteando. Por favor, ¿en qué mundo vivimos? Me tienes aburrida, ¡aburrida! ¿Cómopuedes ser tan..., tan... gilipollas? —grito—. ¡Harta! ¡Estoy harta! En momentos así no séqué hacemos tú y yo juntos. Somos fuego contra hielo, y me estoy cansando de intentar que

Eso me descoloca.

—¿Y por qué me voy a marchar? —pregunto.

No contesta. Me mira, y entonces murmuro con un hilo de voz:

—¿Te ha dicho tu tío que me voy a ir?

El crío niega con la cabeza, pero yo saco mis propias conclusiones.

Dios, no. ¡Otra vez no!

Trago el nudo de emociones que en mi garganta pugna por salir. Respiro y susurro:

—Escucha, cielo. Tanto si me voy como si me quedo, seguiremos siendo amigos,

¿vale? —Asiente, y yo con el corazón dolorido cambio de tema—: ¿Te apetece que

juguemos a las cartas?

El niño accede, y yo me trago las lágrimas. Juego con él mientras mi cabeza piensa

en lo que ha dicho. ¿Querrá Eric que me vaya?

Tras la comida, Eric regresa. Va directo a la habitación de su sobrino, y yo me

abstengo de entrar. Durante horas me tiro en el sillón del salón y veo la televisión, hasta

que no puedo más, y salgo al exterior con Susto y Calamar. Me doy una vuelta por la

urbanización y tardo más de la cuenta con la esperanza de que Eric me busque o me llame

al móvil. Pero nada de eso ocurre, y cuando regreso, Simona sale de su casa y me indica

que el señor ya se ha ido a dormir.

Miro mi reloj. Las once y media de la noche.

Confusa porque Eric se acueste sin regresar yo, entro en la casa y, tras dar de beber

a los animales, subo la escalera con cuidado. Me asomo al cuarto de Flyn y el pequeño

duerme. Voy hasta él, le doy un beso en la frente y me encamino a mi habitación. Al entrar,

miro hacia la cama. La oscuridad no me deja ver con claridad a Eric, pero sé que el bulto

que vislumbro es él. En silencio, me desnudo y me meto en la cama. Tengo los pies

congelados. Quiero abrazarlo y, cuando me acerco a él, se da la vuelta.

Su desprecio me duele, pero decidida a hablar con él, murmuro:

—Eric, lo siento, cariño. Por favor, perdóname.

Sé que está despierto. Lo sé. Y sin moverse responde:

—Estás perdonada. Duérmete. Es tarde.

Con el corazón roto me acurruco en la cama y, sin tocarlo intento dormirme. Doy

mil vueltas y al final lo consigo.

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