2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell
Eric regresa con nosotros y se sienta en una butaca. Sé que quiere observar. Lo sé.La mujer que está a mi lado me susurra que quiere de nuevo mi vagina. Accedo. Abro mispiernas tumbada en la cama y guío su cabeza hasta ella. Con exigencia, la agarro por el pelomientras me chupa, y soy yo la que en ese momento marca la intensidad. Ella coge lacadena que hay entre mis pechos y cada vez que con sus labios tira de mi clítoris tira de lacadena, y yo grito.Somos el espectáculo caliente y morboso de cuatro hombres. Me gusta serlo. Ellosnos miran, y observo que Jefrey y el otro se ponen preservativos. Dexter respira conirregularidad, y Eric me come con la mirada. Los hombres disfrutan de lo que ven entrenosotras, y yo disfruto de ser mirada.Cuando el orgasmo me hace convulsionar, la mujer vuelve a chuparme con avidez.Desea mi esencia. Yo dejo que tome toda la que quiera. Venero cómo me chupa. Eric lallama, la aleja de mí y le pide que se siente a horcajadas sobre él.Como un dios, todopoderoso mi dueño me mira. Yo lo miro y lo oigo decir:—Quiero ver cómo te follan.Miro a los dos hombres que me observan. Ambos se suben a la cama y comienzan atocarme mientras Eric se deja hacer por la mujer.Dexter se acerca a mí, me agarra de la cadenita y, tirando de ella hasta estirarme lospezones al máximo, sisea, quitándomela:—... déjame ponerte el trasero rojo.Me doy la vuelta, le ofrezco mi culo y, tras besarlo, me da seis azotes. Tres en cadalado. Después, acerca su cara a las cachas de mi trasero y, al sentir su calor, murmura:—Ahora sí, diosa..., ahora ya estás preparada.Jefrey me tumba en la cama. Se pone sobre mí y me chupa mis doloridos pezones.Por extraño que parezca a pesar de estar doloridos el hormigueo que siento ante loslametazos me hace disfrutar. La demanda de Jefrey en sus movimientos es excitante, ycuando él lo considera oportuno, me pone sobre él. Yo me dejo.—Ofrécele tus pechos —pide Eric.Me agacho sobre Jefrey y mis pechos van a su boca. Los chupa, los lame y losendurece, mientras el otro hombre me toca la cintura y me muerde con mimo las costillas.Así estamos unos minutos, hasta que Jefrey, ante la atenta mirada de mi amor, me penetra.A su antojo me zarandea y yo jadeo. Agarrado a mi cintura me desplaza de adelante atrás, ysu pene entra sin piedad en mí. Disfruto. Me sofoco, y Eric no me quita ojo.De pronto, siento que el otro hombre me da un azote, me abre las nalgas y me llenade lubricante. Con firmeza, mete un dedo en mi ano y lo comienza a mover mientras Jefreyme penetra sin parar. Yo jadeo. Eric se levanta. Se sube a la cama y, acercándose a mí,murmura:—¿Estás preparada, cariño?Ardorosa, asiento, y entonces aquel desconocido pone su erección en el agujero demi ano y comienza a entrar en mí hasta que me empala completamente. Yo resoplo alsentirme totalmente follada ante los ojos de mi amor. Mi ano está dilatado. No hay dolor.Sólo placer. Una y otra vez aquellos hombres entran y salen de mí, y yo disfruto. Diana setumba en la cama, coge la enorme erección de Eric y se la mete en la boca. Lo chupa. Lodisfruta.—Así, cariño..., así..., arquéate... —murmura Eric extasiado por lo que ve, hasta queda un grito varonil y se corre en la boca de aquella mujer.Esos desconocidos continúan hundiéndose en mí y mi cuerpo los acepta. Dexter
pide a Jefrey que me muerda los pezones y, al que está detrás, que me azote. Lo hacen almismo tiempo que me follan. Una vez..., y otra..., y otra más, hasta que me corro y ellostambién.Tras eso, Eric me besa. Hace salir de mí a los hombres, me coge de la cintura y melleva entre sus brazos hasta la ducha. El agua cae sobre nuestros cuerpos y no hablamos. Mivagina y mi ano aún tiemblan. Todo ha sido tan morboso y excitante que apenas puedopronunciar palabra. Mi Iceman pasa su mano por mi cara y murmura:—¿Todo bien, cariño?Asiento y sonrío. Ha sido alucinante.Nuestras bocas se encuentran. Se devoran, y Eric, embravecido me vuelve apenetrar. Se ha recuperado y su erección me necesita. Me coge entre sus brazos y, bajo elchorro de la ducha, me hace suya. Aprisionada contra la pared, mi amor se hunde en mí,una y otra vez, mientras mis piernas se enredan en su cintura deseosa de más y más. Nosdecimos al oído palabras calientes, y acrecentamos nuestro deseo. Palabras salvajes,mirándonos a los ojos para enloquecernos más. Y cuando nuestro orgasmo nos hace gritar,nos quedamos apoyados en la pared, y Eric murmura en mi oído:—Me vas a matar, pequeña...Yo sonrío. Me muevo, y Eric me posa en el suelo. El agua sigue cayendo sobrenuestros cuerpos. Nos miramos y sonreímos. Cuando salimos de la ducha me fijo en lasotras personas que están en la habitación, y al ver que es ahora la mujer la que está en lacama con los otros dos y Dexter la toca enloquecido, pregunto:—¿Esto es siempre así?Eric asiente, y acercándome a su cuerpo, murmura:—Siempre. Uno encuentra lo que desea. Son fantasías. Recuérdalo.Diez minutos después, Eric y yo, vestidos, regresamos a la segunda sala dondehemos estado. Me besa, disfruta de mí y yo disfruto de él. Somos felices. Estamoscompenetrados ¿Qué más puedo pedir?Tras beber un par de cubatas mi vejiga está que explota. Le indico que tengo que iral baño. Me dice dónde está y me encamino a él. Al entrar hay dos mujeres besándose, memiran, las miro y sonrío. Entro en una de las cabinas y suspiro gustosa mientras hago pis.Oigo entrar más gente al baño. Risas. Unas mujeres cuchichean y escucho:—¡Oh, sí! El viernes que viene tengo una cena con Raimon Grüher y sus padres.Por fin, he conseguido mi objetivo. Me va a pedir que me case con él.Chilliditos de satisfacción. Me río. Y otra voz dice:—¿Dónde has quedado con ellos?—A las siete en la Trattoria de Vicenzo. Un sitio ideal, ¿verdad?—Maravilloso.—Y exclusivo.—Y carísimo.Risas de nuevo.—Pero, oye, creía que Raimon no era tu tipo. A ti te gustan más jovencitos.—Y no lo es, querida, pero su dinero sí. —Ambas ríen, y yo resoplo. ¡Menudalagarta!—. No es un hombre que me vuelva loca en la cama. A su edad, ¿qué esperas? Peroeso ya lo he solucionado con su primo Alfred y mis propios amigos. Al fin y al cabo, todoqueda en familia, ¿no crees?—¡Oh, Betta! Eres terrible.¡¿Betta?!
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Eric regresa con nosotros y se sienta en una butaca. Sé que quiere observar. Lo sé.
La mujer que está a mi lado me susurra que quiere de nuevo mi vagina. Accedo. Abro mis
piernas tumbada en la cama y guío su cabeza hasta ella. Con exigencia, la agarro por el pelo
mientras me chupa, y soy yo la que en ese momento marca la intensidad. Ella coge la
cadena que hay entre mis pechos y cada vez que con sus labios tira de mi clítoris tira de la
cadena, y yo grito.
Somos el espectáculo caliente y morboso de cuatro hombres. Me gusta serlo. Ellos
nos miran, y observo que Jefrey y el otro se ponen preservativos. Dexter respira con
irregularidad, y Eric me come con la mirada. Los hombres disfrutan de lo que ven entre
nosotras, y yo disfruto de ser mirada.
Cuando el orgasmo me hace convulsionar, la mujer vuelve a chuparme con avidez.
Desea mi esencia. Yo dejo que tome toda la que quiera. Venero cómo me chupa. Eric la
llama, la aleja de mí y le pide que se siente a horcajadas sobre él.
Como un dios, todopoderoso mi dueño me mira. Yo lo miro y lo oigo decir:
—Quiero ver cómo te follan.
Miro a los dos hombres que me observan. Ambos se suben a la cama y comienzan a
tocarme mientras Eric se deja hacer por la mujer.
Dexter se acerca a mí, me agarra de la cadenita y, tirando de ella hasta estirarme los
pezones al máximo, sisea, quitándomela:
—... déjame ponerte el trasero rojo.
Me doy la vuelta, le ofrezco mi culo y, tras besarlo, me da seis azotes. Tres en cada
lado. Después, acerca su cara a las cachas de mi trasero y, al sentir su calor, murmura:
—Ahora sí, diosa..., ahora ya estás preparada.
Jefrey me tumba en la cama. Se pone sobre mí y me chupa mis doloridos pezones.
Por extraño que parezca a pesar de estar doloridos el hormigueo que siento ante los
lametazos me hace disfrutar. La demanda de Jefrey en sus movimientos es excitante, y
cuando él lo considera oportuno, me pone sobre él. Yo me dejo.
—Ofrécele tus pechos —pide Eric.
Me agacho sobre Jefrey y mis pechos van a su boca. Los chupa, los lame y los
endurece, mientras el otro hombre me toca la cintura y me muerde con mimo las costillas.
Así estamos unos minutos, hasta que Jefrey, ante la atenta mirada de mi amor, me penetra.
A su antojo me zarandea y yo jadeo. Agarrado a mi cintura me desplaza de adelante atrás, y
su pene entra sin piedad en mí. Disfruto. Me sofoco, y Eric no me quita ojo.
De pronto, siento que el otro hombre me da un azote, me abre las nalgas y me llena
de lubricante. Con firmeza, mete un dedo en mi ano y lo comienza a mover mientras Jefrey
me penetra sin parar. Yo jadeo. Eric se levanta. Se sube a la cama y, acercándose a mí,
murmura:
—¿Estás preparada, cariño?
Ardorosa, asiento, y entonces aquel desconocido pone su erección en el agujero de
mi ano y comienza a entrar en mí hasta que me empala completamente. Yo resoplo al
sentirme totalmente follada ante los ojos de mi amor. Mi ano está dilatado. No hay dolor.
Sólo placer. Una y otra vez aquellos hombres entran y salen de mí, y yo disfruto. Diana se
tumba en la cama, coge la enorme erección de Eric y se la mete en la boca. Lo chupa. Lo
disfruta.
—Así, cariño..., así..., arquéate... —murmura Eric extasiado por lo que ve, hasta que
da un grito varonil y se corre en la boca de aquella mujer.
Esos desconocidos continúan hundiéndose en mí y mi cuerpo los acepta. Dexter