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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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proyectan en la pared. Cinco minutos después, la puerta se abre. Aparece la mujer que

anteriormente me ha tocado, desnuda y con un vibrador doble en sus manos. Entra y nos

comunica:

—Ahora vienen.

Eric asiente. Yo no sé quiénes vienen, pero no me importa. Mi respiración

entrecortada me hace saber lo excitada que estoy cuando Eric se sienta en la cama.

—Diana, desnuda a mi mujer —dice.

No me muevo.

Me dejo hacer.

Me excita esa sensación.

Los ojos de mi amor se nublan de deseo mientras la mujer me desabrocha el vestido.

Las manos de ella vuelan por todo mi cuerpo en tanto Eric nos observa. Mi vestido cae al

suelo y quedo sólo vestida con las medias de liguero, los tacones y el sujetador. El tanga me

lo ha roto Eric minutos antes.

La mujer me toca. Pasea sus manos por mi cuerpo y me pide que me siente en la

encimera que hay en un lateral. Eric se levanta, me coge en brazos y me sube. Me tumba en

ella y me separa los muslos. La boca de la mujer va directa a mi vagina y, con brusquedad,

mete su lengua dentro de mí.

Exige. Exige mucho mientras me abre la vagina con sus manos y me devora.

Eric nos observa. Yo lo miro y jadeo mientras veo que se desnuda. Se toca su duro

pene y grito de placer al sentir lo que la mujer me hace. Me acaba de meter uno de los lados

del doble consolador. ¡Calor!

Lo mueve con destreza y práctica mientras su boca juguetea con mi clítoris. Cierro

los ojos. Disfruto..., me abro para ella... y muevo las caderas en busca de más. La mujer

sabe lo que se hace y estoy disfrutando mucho. Muchísimo.

Abro los ojos. Eric nos observa y, de pronto, ella se sube a la encimera de un salto,

sin sacar el consolador de mi cuerpo, se introduce la otra parte y con maestría y técnica se

tumba sobre mí, me coge por las caderas y me comienza a follar. El consolador doble entra

en mí y en ella al mismo tiempo, y nuestros jadeos son acompasados. Su ritmo se

intensifica mientras mi excitación se acrecienta. Como si de un hombre se tratara, toma mi

cuerpo, mientras sin apenas moverme yo tomo el suyo, hasta que las dos nos arqueamos y

nuestros orgasmos nos hacen gritar.

Miro a mi amor. No se mueve, y Diana, con maña, saca el consolador doble de

ambas, se baja de la encimera y dice, abriéndome a tope las piernas:

—Dame tu jugo..., dámelo.

Su boca ansiosa me lame. Quiere mi orgasmo. Me chupa con pericia, y yo me

vuelvo loca de nuevo. Nunca me ha pasado eso anteriormente. Nunca habría imaginado que

una mujer pudiera hacer que me corriera dos veces en menos de dos minutos. Pero ella,

Diana, con desenvoltura, lo consigue, y yo me entrego a ella dispuesta a que lo logre mil

veces más. Eric se acerca; yo extiendo la mano y me la besa mientras ella disfruta de mí.

Me siento como una muñeca entre sus brazos cuando mi amor me agarra y me baja

de la encimera. Su duro pene choca con mis piernas y sonrío. Me posa en la cama. Se sienta

a mi lado, y la mujer al otro. Me tocan. Cuatro manos recorren mi cuerpo, y yo jadeo. La

puerta se abre y entra un hombre desnudo. Observa nuestro juego mientras yo me fijo en

cómo su pene crece mientras nos contempla.

Paramos. El recién llegado se presenta como Jefrey, y Eric se agacha y pregunta:

—¿Te ha gustado Diana?

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