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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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—¿Tan pronto vamos a ir a la casa de tu madre?

—Mejor pronto que tarde, ¿no crees?

Cuando me suelta, sonrío. ¡Malditas prisas alemanas!

—Dame cinco minutos y bajo.

Eric asiente. Vuelve a darme otro beso en los labios y desaparece de la habitación

dejándome sola. Sin tiempo que perder, me pongo los zapatos de tacón, me vuelvo a mirar

en el espejo y me retoco los labios. Una vez que termino, sonrío, cojo el bolsito que hace

juego con el vestido y, encantada y dispuesta a pasarlo bien, salgo de la habitación.

Cuando bajo la bonita escalera, Simona acude a mi encuentro.

—Está usted bellísima, señorita Judith.

Contenta, sonrío y le doy un achuchón. Necesito achucharla. Susto y Calamar

vienen a saludarme. Una vez que suelto a Simona, con una candorosa sonrisa, me mira y

dice mientras se lleva a los perros:

—El señor y el pequeño Flyn la esperan en el salón.

Encantada de la vida y con una gran sonrisa en los labios, me dirijo hacia allí.

Cuando abro la puerta, una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo y, contrayéndoseme

la cara, me llevo la mano a la boca y, emocionada como pocas veces en mi vida, me pongo

a llorar.

—¡Cuchufletaaaaaaaaaaa! —grita mi hermana.

Ante mí están mi padre, mi hermana y mi sobrina.

No puedo hablar. No puedo andar. Sólo puedo llorar mientras mi padre corre hacia

mí y me abraza. Calidez. Eso siento al tenerlo cerca. Finalmente, sólo puedo decir:

—¡Papá! ¡Papá, qué bien que estés aquí!

—¡Titaaaaaaaaaaaa!

Mi sobrina corre a besuquearme junto a mi hermana. Todos me abrazan y durante

unos minutos un caos de risas, lloros y gritos impera en el salón, en tanto observo el gesto

serio de Flyn y la emoción de Eric.

Cuando me repongo de esa estupenda sorpresa, me retiro los lagrimones de las

mejillas y pregunto:

—Pero..., pero ¿cuándo habéis llegado?

Mi padre, más emocionado que yo, responde:

—Hace una hora. Menudo frío hace en Alemania.

—¡Aisss, cuchu, estás preciosa con ese vestido!

Me doy una vueltecita ante mi hermana y, divertida, respondo:

—Es un regalo de Eric. ¿A que es precioso?

—Alucinante.

Al no ver a mi cuñado en el salón, pregunto:

—¿Jesús no ha venido?

—No, cuchu...Ya sabes, el trabajo.

Asiento y mi hermana sonríe. La beso. La quiero. Mi sobrina, que está como loca

agarrada a mi cintura, grita:

—¡No veas cómo mola el avión del tito Eric! La azafata me ha dado chocolatinas y

batidos de vainilla.

Eric se acerca a nosotros y, tomándome de la mano, dice tras besármela:

—Hablé con tu padre y tu hermana hace un par de días y les pareció estupendo

venir a pasar el cumpleaños contigo. ¿Estás contenta?

Me lo como.

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