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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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—Has sabido hacer algo que yo no sabía, y eso, jovencita, me ha sorprendido.

Tensión. Eric no sonríe.

—¿Cómo está tu madre? —pregunta el hombre.

—Bien.

—¿Y el pequeño Flyn?

—Perfecto —responde Eric con sequedad.

¿Qué ocurre? ¿Qué les pasa? No entiendo nada. Al final nos despedimos. Leornard

arranca su Mercedes, encience las luces y se va. Eric, Susto y yo nos montamos en el coche.

Arranca, pero sin moverse de su sitio, pregunta:

—¿Qué hacías con Leo a solas?

—Nada.

—¿Cómo que nada?

—Venga, va..., estaba sin luces en el coche y le he cambiado un fusible. Sólo he

hecho eso, no te enfades.

—¿Y por qué has tenido que hacerlo?

Atónita por esa absurda pregunta, murmuro:

—Pues, Eric..., porque me ha salido así. Mi padre me ha educado de esta manera.

Por cierto, ¿de qué lo conoces?

Eric me mira.

—Ese imbécil al que le has arreglado el coche es Leo, el que era el novio de Hannah

cuando ocurrió todo y el que se desprendió de Flyn sin pensar en él.

¡Las carnes se me abren!

¿Ese idiota es quien no quiso saber de Flyn cuando Hannah murió? Si lo sé, le

arregla el fusible a ese estúpido su tía la del pueblo.

Los ojos de Eric escupen fuego. Está muy enfadado. Con frustración por los

recuerdos que esto le trae, da un golpe al volante con las manos.

—Parecías muy a gusto con él.

No quiero discutir e, intentando mantener el control, murmuro:

—Oye, cariño, yo no sabía quién era ese hombre. Solamente he sido simpática y...

—Pues no lo seas —me corta—. A ver cuándo te das cuenta de que aquí, si eres tan

simpática con un hombre, se creen que estás ligando.

Eso me hace sonreír. Los alemanes son algo particulares en muchas cosas, y ésa es

una de ellas.

—¿Estás celoso?

Eric no responde. Me mira con esos ojazos que me tienen loca. Al final, sisea:

—¿He de estarlo?

Niego con la cabeza mientras le doy al botón de los CD del coche y me sorprendo al

ver que Eric escucha mi música. Mientras Eric protesta y yo sonrío, Luis Miguel canta:

Tanto tiempo disfrutamos de este amor, nuestras almas se acercaron tanto así,

que yo guardo tu sabor, pero tú llevas también, sabor a mí.

¡Oh, Dios, qué bolero más romántico!

Miro a Eric. Su ceño fruncido me hace suspirar, y sin dejarle continuar con sus

quejas, pregunto:

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