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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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Preparado para jugar.

—Me gusta tu olor a sexo —murmura Dexter, y mete el consolador de tal manera

en mi cuerpo que yo vuelvo a gritar y me arqueo—. Así..., vamos, diosa, ¡córrete para mí!

El consolador entra y sale de mí, arrancándome gemidos incontrolados, y cuando mi

vagina tiembla y succiona el consolador, Dexter lo saca. Eric se mete entre mis piernas y

con su dura erección me empala, y grito de placer.

Dexter se vuelve a sentar en su silla. Tira de la cadena de mis pezones y me muevo

como puedo. Estoy atada de pies y manos, y sólo puedo jadear, gemir y recibir las

estocadas de mi amor, mientras Dexter quita los clamps de mis doloridos pezones y

susurra:

—Diosa, levanta las caderas...Vamos..., recíbelo. Sí..., así.

Hago lo que me pide. Disfruto de las estocadas cuando le oigo susurrar entre

dientes.

—Eric, güey. Fuerte..., dale fuerte.

Eric me besa. Devora mi boca y, hundiéndose en mí con fuerza, me hace gritar.

Dexter pide. Exige. Nosotros le damos. Disfrutamos de aquel momento y, cuando no

podemos más, nos corremos.

Con las respiraciones entrecortadas, Eric me desata las manos, mientras siento que

Dexter me desata los pies. Eric me abraza y sonríe. Yo hago lo mismo cuando el tercero

murmura:

—Diosa, eres recaliente. Estoy seguro de que me vas a hacer disfrutar mucho. Ven.

Levántate.

Hago lo que me pide. Dexter me agarra por el culo, me lo aprieta y acerca su boca a

mi chorreante monte de Venus. Lo muerde. Sus ojos miran mi tatuaje y sonríe. Eric se

levanta, se pone detrás de mí y con sus dedos me abre para su amigo. Dios, ¡todo es tan

caliente!

Dexter desliza su lengua por el interior de mis labios internos y exige que me mueva

sobre su boca. Lo hago. Me subo a sus hombros para darle mayor acceso, mientras Eric me

sujeta por la espalda. Mis caderas oscilan hacia adelante y hacia atrás, mientras Dexter, con

intensidad, me aprieta contra su boca y me presiona las nalgas, enrojeciéndomelas. Le

gustan rojas, y yo me dejo.

Durante varios minutos en silencio me hacen suya. No hay música. Sólo se

escuchan nuestros cuerpos, nuestros jadeos y el sonido de los gustosos lametazos de

Dexter. Eric, enloquecido por lo que ve, toca mis pezones mientras Dexter se deleita con mi

clítoris, y yo murmuro, gozosa:

—Sí..., ahí..., ahí.

Morbo...Esto es morbo en estado puro.

Mis jadeos aumentan. Voy a correrme de nuevo, pero entonces Dexter para, y tras

dar un beso a mi monte de Venus, me hace bajarme de sus hombros y susurra mientras echa

la silla de ruedas hacia atrás.

—Aún no, diosa..., aún no.

Estoy acalorada. Muy acalorada. Eric se sienta en la cama y, tras besarme en el

cuello, dice, tomando el mando de la situación:

—Apóyate en mí y ábrete de piernas como cuando te entrego a un hombre.

Mi estómago se contrae. Estoy acalorada, empapada, húmeda y deseosa de

correrme. Una vez que me tiene como él quiere, apoya su barbilla en mi hombro derecho,

toca uno de mis pezones con el pulgar y pregunta, ante la atenta mirada de Dexter:

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