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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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mis pezones, y yo gimo.

—Eric..., tienes una mujer muy caliente.

—Lo sé —asiente mientras me mira.

Mi vagina se lubrica sola, y Dexter añade:

—¿Te gusta el sado, diosa?

Eric sonríe, y yo contesto:

—No.

Dexter asiente y vuelve a preguntar:

—¿Te excita que utilicemos tu cuerpo en busca de nuestro propio placer?

—Sí —respondo.

Vuelve a tirar de la cadenita, y mis pezones se endurecen como nunca. Jadeo, grito,

y pregunta de nuevo:

—Te pone cachonda lo que hago.

—Sí.

Pasa uno de los consoladores por mi húmeda vagina.

—¿Deseas que te utilice, te use y te disfrute?

Con los ojos viciados por el momento, miro a Eric. Su mirada lo dice todo. Disfruta.

Y con voz sensual, susurro:

—Utilízame, úsame y disfrútame.

De la boca de Eric sale un gemido. Ha enloquecido con lo que he dicho. Coge la

cadenita de mis pechos y tira de ella. Yo jadeo, y me besa. Mete su lengua hasta el fondo de

mi boca mientras mis pezones cosquillean a cada tirón.

Encantado con lo que ve, el mexicano acaricia la parte interna de mis muslos con

sus suaves manos. Eric para sus besos y nos observa. Sus preguntas me han excitado

cuando veo que se acerca a mi boca y dice:

—Ábrela.

Hago lo que me pide y mete el consolador color celeste en mi boca.

—Chúpalo —exige.

Durante unos minutos, Dexter disfruta de mis lametazos, hasta que lo saca de mi

boca.

—Eric..., ahora quiero que te chupe a ti.

Mi alemán, encantado, dirige su duro pene a mi boca. Lo introduce en mí, y yo lo

chupo, lo degusto. Dejo que me folle la boca, hasta que vuelvo a escuchar.

—Stop.

Me siento desolada. Mi Iceman retira su maravillosa erección de mi boca. Dexter

moja la punta del consolador en abundante lubricante y comenta mientras lo pone en mi

mojada hendidura:

—Ahorita por aquí.

Eric se sienta en el otro lado de la cama, abre mi vagina con sus dedos para

facilitarle el acceso, y Dexter lentamente lo introduce.

—¿Te agrada esto? —pregunta Dexter.

Jadeo, me muevo y asiento, mientras Eric, mi amor, me mira y sé que me ofrece.

—¡Qué buena onda! —murmura el mexicano.

Durante unos segundos aquel extraño mueve el consolador en mi interior. Lo

mete..., lo saca..., lo gira..., tira de la cadenita de mis pezones, y yo jadeo. Cierro los ojos y

me dejo llevar por el momento. Mi cuerpo atado se resiente. Se mueve y grito. Excitada por

estar atada, abro los ojos y miro a mi amor. Sonríe y se toca su pene. Lo tiene duro.

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