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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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murmura con galantería:

—Diosa, soy Dexter, un mexicano que cae rendido a tus pies.

¡Vaya, mexicano! Como el culebrón de «Locura esmeralda». Eso me hace sonreír,

aunque me apena verlo en silla de ruedas. ¡Es tan joven! Pero tras cinco minutos de charla

con él, soy consciente de la vitalidad y buen rollo que desprende.

—¿Qué queréis beber?

Se lo decimos y Dexter abre un minibar y lo prepara. Me observa. Me mira con

curiosidad, y Eric me besa. Cuando nos da las bebidas, sedienta, doy un gran trago a mi

cubata.

—Me gustan las botas de tu mujer.

Sorprendida por aquel comentario, toco mis botas. Eric sonríe y me indica, tras

besarme en el cuello:

—Cariño, desnúdate.

¿Así? ¿En frío?

¡Joder, qué fuerte!

Pero dispuesta a ello y sin ningún pudor, lo hago. Quiero jugar. Yo lo he pedido.

Dexter y Eric no me quitan ojo mientras me desprendo de la ropa, y yo me recreo en

excitarlos. Una vez que estoy completamente desnuda, Dexter dice:

—Quiero que te pongas las botas de nuevo.

Eric me mira. Recuerdo lo que ha dicho Frida de que a éste le gusta ordenar. Entro

en su juego, cojo las botas y me las pongo. Desnuda y con las botas negras que me llegan

hasta la mitad de los muslos, me siento sexy, perversa.

—Camina hacia el fondo de la habitación. Quiero verte.

Hago lo que él me pide. Mientras camino sé que los dos me miran el trasero; lo

muevo. Llego hasta el final de la habitación y regreso. El hombre clava la mirada en mi

monte de Venus.

—Bonito tatuaje. Como decimos en mi país, ¡muy padre!

Eric asiente. Da un trago a su whisky y responde sin apartar sus ojazos de mí:

—Maravilloso.

Dexter alarga su mano, la pasa por mi tatuaje y, mirando a Eric, señala:

—Llévala a la cama, güey. Me muero por jugar con tu mujer.

Eric me coge de la mano, se levanta y me lleva hasta la habitación contigua. Me

hace poner a cuatro patas en la cama y, tras abrirme las piernas, dice mientras se desnuda:

—No te muevas.

Excitante. Todo esto me parece excitante.

Miro hacia atrás, y veo que Dexter se acerca a nosotros en su silla. Llega hasta la

cama. Toca mis muslos, la cara interna de mis piernas y sus manos alcanzan las cachas de

mi trasero. Las estruja y da un azote. Después otro, otro y otro, y dice:

—Me gustan los traseros enrojecidos.

Después, pasea su mano por mi hendidura y juguetea con mis humedecidos labios.

—Siéntate en la cama y mírame.

Obedezco.

—Diosa..., mi aparatito no funciona, pero me excito y disfruto tocando, ordenando y

mirando. Eric sabe lo que me gusta. —Ambos sonríen—. Soy un poco mandón, pero espero

que los tres lo pasemos bien, aunque ya me ha advertido tu novio que tu boca es sólo suya.

—Exacto. Sólo suya —asiento.

El mexicano sonríe, y antes de que diga nada, añado:

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