2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

dianuchisyo88
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Su pregunta me sorprende, y respondo:—Oye..., si te molesta, no vamos. He pensado que te podía apetecer.—Te dije que para mí el juego en el sexo es un suplemento, Jud, y...—Y para mí lo es también, cariño —afirmo. Y mirándole de frente, aclaro—: Túme has enseñado que esto es una cosa de dos. Cuando tú lo propones, a mí me parece bien.¿Por qué no te puede parecer bien a ti que lo proponga yo?No responde; sólo me mira. Y encogiéndome de hombros, añado:—Al fin y al cabo, es un suplemento que los dos disfrutamos, ¿no?Tras un silencio en el que Eric respira, dice con voz más dulce.—Dexter es un buen tío. Nos conocemos desde hace años y cuando viene a Múnichsolemos vernos.—¿Para jugar? —pregunto con sarcasmo.Eric asiente.—Para jugar, cenar, tomar algo o simplemente hacer negocios.—¿Te excita que yo haya pedido jugar con él?Mi alemán clava sus impresionantes ojos en mí y, tras hacerme arder, murmura:—Mucho.Asiento, y Eric me indica que baje del coche. Hace un frío pelón. Me encojo en elinterior de mi plumón rojo y comienzo a caminar de la mano con Eric. Me sujeta conseguridad. Su mano se acopla a la mía tan bien que sonrío, encantada. En seguida, veo quevamos directos a un hotel y leo NH Munchën Dornach.Cuando entramos, Eric pregunta por la habitación del señor Dexter Ramírez. Nosindican el número, y tras llamarlo para confirmar nuestra llegada, Eric y yo nosintroducimos en el ascensor. Estoy nerviosa. ¿Tan especial es este Dexter? Eric, agarrado ami cintura, sonríe, me besa y murmura:—Tranquila, todo irá bien. Te lo prometo.Llegamos ante una puerta que está entornada. Eric toca con los nudillos y oigo deciren español:—Eric, pasa.Mi vagina comienza a lubricarse. Eric me coge del brazo y entramos. Cierra lapuerta y escuchamos:—Ahorita salgo.Entramos en un amplio y bonito salón. A la derecha, hay una puerta abierta desdedonde veo la cama. Eric me observa. Sabe que lo estoy mirando todo con curiosidad. Seacerca a mí y pregunta:—¿Excitada?Lo miro y asiento. No voy a mentir. En ese momento, aparece un hombre de la edadde Eric sentado en una silla de ruedas.—Eric, ¡cuate! ¿Cómo estás?Choca su mano con la de él, y después el hombre dice mientras pasea sus ojos pormi cuerpo:—Y tú debes de ser Judith, la diosa que tiene a mi amigo atontado, por no decirenamorado, ¿verdad?Eso me hace sonreír, aunque estoy sorprendida de verlo en aquella silla.—Exacto —respondo—. Y que conste que me encanta tenerlo atontado yenamorado.El hombre, tras cruzar una divertida mirada con Eric, coge mi mano, la besa y

murmura con galantería:—Diosa, soy Dexter, un mexicano que cae rendido a tus pies.¡Vaya, mexicano! Como el culebrón de «Locura esmeralda». Eso me hace sonreír,aunque me apena verlo en silla de ruedas. ¡Es tan joven! Pero tras cinco minutos de charlacon él, soy consciente de la vitalidad y buen rollo que desprende.—¿Qué queréis beber?Se lo decimos y Dexter abre un minibar y lo prepara. Me observa. Me mira concuriosidad, y Eric me besa. Cuando nos da las bebidas, sedienta, doy un gran trago a micubata.—Me gustan las botas de tu mujer.Sorprendida por aquel comentario, toco mis botas. Eric sonríe y me indica, trasbesarme en el cuello:—Cariño, desnúdate.¿Así? ¿En frío?¡Joder, qué fuerte!Pero dispuesta a ello y sin ningún pudor, lo hago. Quiero jugar. Yo lo he pedido.Dexter y Eric no me quitan ojo mientras me desprendo de la ropa, y yo me recreo enexcitarlos. Una vez que estoy completamente desnuda, Dexter dice:—Quiero que te pongas las botas de nuevo.Eric me mira. Recuerdo lo que ha dicho Frida de que a éste le gusta ordenar. Entroen su juego, cojo las botas y me las pongo. Desnuda y con las botas negras que me lleganhasta la mitad de los muslos, me siento sexy, perversa.—Camina hacia el fondo de la habitación. Quiero verte.Hago lo que él me pide. Mientras camino sé que los dos me miran el trasero; lomuevo. Llego hasta el final de la habitación y regreso. El hombre clava la mirada en mimonte de Venus.—Bonito tatuaje. Como decimos en mi país, ¡muy padre!Eric asiente. Da un trago a su whisky y responde sin apartar sus ojazos de mí:—Maravilloso.Dexter alarga su mano, la pasa por mi tatuaje y, mirando a Eric, señala:—Llévala a la cama, güey. Me muero por jugar con tu mujer.Eric me coge de la mano, se levanta y me lleva hasta la habitación contigua. Mehace poner a cuatro patas en la cama y, tras abrirme las piernas, dice mientras se desnuda:—No te muevas.Excitante. Todo esto me parece excitante.Miro hacia atrás, y veo que Dexter se acerca a nosotros en su silla. Llega hasta lacama. Toca mis muslos, la cara interna de mis piernas y sus manos alcanzan las cachas demi trasero. Las estruja y da un azote. Después otro, otro y otro, y dice:—Me gustan los traseros enrojecidos.Después, pasea su mano por mi hendidura y juguetea con mis humedecidos labios.—Siéntate en la cama y mírame.Obedezco.—Diosa..., mi aparatito no funciona, pero me excito y disfruto tocando, ordenando ymirando. Eric sabe lo que me gusta. —Ambos sonríen—. Soy un poco mandón, pero esperoque los tres lo pasemos bien, aunque ya me ha advertido tu novio que tu boca es sólo suya.—Exacto. Sólo suya —asiento.El mexicano sonríe, y antes de que diga nada, añado:

Su pregunta me sorprende, y respondo:

—Oye..., si te molesta, no vamos. He pensado que te podía apetecer.

—Te dije que para mí el juego en el sexo es un suplemento, Jud, y...

—Y para mí lo es también, cariño —afirmo. Y mirándole de frente, aclaro—: Tú

me has enseñado que esto es una cosa de dos. Cuando tú lo propones, a mí me parece bien.

¿Por qué no te puede parecer bien a ti que lo proponga yo?

No responde; sólo me mira. Y encogiéndome de hombros, añado:

—Al fin y al cabo, es un suplemento que los dos disfrutamos, ¿no?

Tras un silencio en el que Eric respira, dice con voz más dulce.

—Dexter es un buen tío. Nos conocemos desde hace años y cuando viene a Múnich

solemos vernos.

—¿Para jugar? —pregunto con sarcasmo.

Eric asiente.

—Para jugar, cenar, tomar algo o simplemente hacer negocios.

—¿Te excita que yo haya pedido jugar con él?

Mi alemán clava sus impresionantes ojos en mí y, tras hacerme arder, murmura:

—Mucho.

Asiento, y Eric me indica que baje del coche. Hace un frío pelón. Me encojo en el

interior de mi plumón rojo y comienzo a caminar de la mano con Eric. Me sujeta con

seguridad. Su mano se acopla a la mía tan bien que sonrío, encantada. En seguida, veo que

vamos directos a un hotel y leo NH Munchën Dornach.

Cuando entramos, Eric pregunta por la habitación del señor Dexter Ramírez. Nos

indican el número, y tras llamarlo para confirmar nuestra llegada, Eric y yo nos

introducimos en el ascensor. Estoy nerviosa. ¿Tan especial es este Dexter? Eric, agarrado a

mi cintura, sonríe, me besa y murmura:

—Tranquila, todo irá bien. Te lo prometo.

Llegamos ante una puerta que está entornada. Eric toca con los nudillos y oigo decir

en español:

—Eric, pasa.

Mi vagina comienza a lubricarse. Eric me coge del brazo y entramos. Cierra la

puerta y escuchamos:

—Ahorita salgo.

Entramos en un amplio y bonito salón. A la derecha, hay una puerta abierta desde

donde veo la cama. Eric me observa. Sabe que lo estoy mirando todo con curiosidad. Se

acerca a mí y pregunta:

—¿Excitada?

Lo miro y asiento. No voy a mentir. En ese momento, aparece un hombre de la edad

de Eric sentado en una silla de ruedas.

—Eric, ¡cuate! ¿Cómo estás?

Choca su mano con la de él, y después el hombre dice mientras pasea sus ojos por

mi cuerpo:

—Y tú debes de ser Judith, la diosa que tiene a mi amigo atontado, por no decir

enamorado, ¿verdad?

Eso me hace sonreír, aunque estoy sorprendida de verlo en aquella silla.

—Exacto —respondo—. Y que conste que me encanta tenerlo atontado y

enamorado.

El hombre, tras cruzar una divertida mirada con Eric, coge mi mano, la besa y

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