2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

dianuchisyo88
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momento oportuno. Eso me comienza a martirizar. Nuestra base es la confianza, y esta vezyo estoy fallando.Una tarde cuando estoy liada con mi moto en el garaje llega Flyn del colegio. Elniño me busca, y cuando me encuentra, alucinado, mira la moto. La recuerda. Y cuando leindico que es la moto de su madre y que me tiene que guardar el secreto ante su tío,pregunta:—¿Sabes utilizarla?—Sí —respondo con las manos sucias de grasa.—El tío Eric se enfadará.La frase me hace gracia. Todos, absolutamente todos, saben que Eric se enfadará. Yrespondo, mirándolo:—Lo sé, cariño. Pero el tío Eric, cuando me conoció, ya sabía que yo hacíamotocross. Lo sabe y tiene que entender que a mí me gusta practicar este deporte.—¿Lo sabe?—Sí —afirmo, y sonrío al recordar cómo se enteró.—¿Y te deja?Esa pregunta no me sorprende, y mirándolo, le aclaro:—Tu tío no me tiene que dejar. Soy yo la que decido si quiero o no hacermotocross. Los adultos decidimos, cariño.El crío, no muy convencido, asiente, y vuelve a preguntar:—¿Sonia te regaló la moto de mi madre?Lo miro, y antes de contestar, pregunto:—¿Te molestaría si fuera así?Flyn lo piensa y, dejándome de piedra, contesta:—No. Pero tienes que prometerme que me enseñarás.Sonrío, suelto una carcajada y digo mientras él ríe:—Tú qué quieres, ¿que tu tío me mate?Una hora después, Eric me llama por teléfono. Tiene un partido de baloncesto yquiere que vaya al polideportivo. Encantada, acepto. Me pongo unos vaqueros, mis botasnegras y una camiseta de Armani. Me abrigo, llamo a un taxi y, cuando llego a la direcciónque él me ha dado, sonrío al verle esperándome apoyado en su coche.Eric paga el taxi, y mientras caminamos hacia los vestuarios, murmuro:—¿Cómo no me habías dicho lo del partido?Mi chico sonríe, me besa y susurra:—Lo creas o no, se me olvidó. Si no es por Andrés, que me ha llamado a la oficina,¡ni lo recuerdo!Cuando llegamos a los vestuarios, me besa.—Ve a las gradas. Seguro que allí está Frida.Encantada de la vida y del amor, camino hacia la cancha. Allí está Frida junto aLora y Gina. Mi trato con ellas ha cambiado. Me aceptan como la novia de Eric y se loagradezco. Lora, la rubia, al verme aparecer, sonríe y dice:—Llegó mi heroína.Sorprendida, la miro, y cuchichea:—Ya me he enterado de que le diste a Betta su merecido.Miro a Frida en actitud de reproche por habérselo contado, y ésta indica:—A mí no me mires, que yo no he sido.Lora sonríe y, acercándose de nuevo a mí, me comenta:

—Me lo ha contado la mujer que iba con Betta.Asiento, sonriendo.—Por favor, que no se entere Eric. No me gustaría darle otro disgusto más.Todas se muestran de acuerdo y poco después los chicos salen a la cancha. Como esde esperar, el mío me vuelve loca. Verle ágil y activo mientras corre por la pista me pone acien. Pero esta vez, a pesar de su empeño, pierden el partido por tres puntos.Cuando termina, bajamos hasta la pista, y Eric, al verme, me besa. Está sudoroso.—Voy a ducharme, cariño. En seguida vuelvo.En la salita donde solemos esperarlos sólo estamos Frida y yo. Lora y Gina se hanmarchado. Cotilleamos, divertidas, hasta que Eric y Andrés salen, y este último dice:—Preciosa, cambio de planes. Regresamos a casa.Frida, sorprendida, protesta.—Pero si hemos quedado con Dexter en su hotel.Andrés asiente con la cabeza, pero indica:—Anularé la cita. Me ha surgido algo que tengo que solucionar.Veo que Frida refunfuña.—¿Quién es Dexter? —pregunto.La joven me mira, y ante los atentos ojos de mi Iceman, responde:—Un amigo con el que jugamos cuando viene a Múnich. Eric le conoce también,¿verdad?Mi chico asiente.—Es un tipo genial.¿Jugar? ¿Sexo? Mi cuerpo se excita y, acercándome a Eric, sondeo:—¿Por qué no vamos nosotros a esa cita?Me mira sorprendido, e insisto:—Me apetece jugar. Venga..., vamos.Mi Iceman sonríe y mira a Frida; después, me mira a mí y señala:—Jud, no sé si el juego de Dexter te va a gustar.Alucinada, lo miro y, al ver que no dice nada, pregunto a Frida:—¿Le va el sado?—No y sí —responde Andrés ante la risa de Eric.Frida se encoge de hombros.—A Dexter le gusta dominar, jugar con las mujeres y ordenar. No es sado lo suyo.Es exigente, morboso e insaciable. Yo me lo paso genial cuando nos vemos.Eric saluda con la mano a uno de sus compañeros que se marcha y dice,cogiéndome de la cintura:—Venga, vámonos a casa.Yo lo miro, lo paro e insisto:—Eric, quiero conocer a Dexter.Mi Iceman me mira, me mira y me mira, y al final claudica.—De acuerdo, Jud. Iremos.Andrés lo llama y comenta el cambio de planes. Dexter acepta, encantado.Entre risas, llegamos a nuestros respectivos coches, nos despedimos y cada parejatoma su camino. Mi chico y yo nos sumergimos en el tráfico de Múnich. Está callado.Pensativo. Yo canturreo una canción de la radio y, de pronto, veo que se para en una calle.Me mira y pregunta:—¿Tan deseosa estás de jugar?

momento oportuno. Eso me comienza a martirizar. Nuestra base es la confianza, y esta vez

yo estoy fallando.

Una tarde cuando estoy liada con mi moto en el garaje llega Flyn del colegio. El

niño me busca, y cuando me encuentra, alucinado, mira la moto. La recuerda. Y cuando le

indico que es la moto de su madre y que me tiene que guardar el secreto ante su tío,

pregunta:

—¿Sabes utilizarla?

—Sí —respondo con las manos sucias de grasa.

—El tío Eric se enfadará.

La frase me hace gracia. Todos, absolutamente todos, saben que Eric se enfadará. Y

respondo, mirándolo:

—Lo sé, cariño. Pero el tío Eric, cuando me conoció, ya sabía que yo hacía

motocross. Lo sabe y tiene que entender que a mí me gusta practicar este deporte.

—¿Lo sabe?

—Sí —afirmo, y sonrío al recordar cómo se enteró.

—¿Y te deja?

Esa pregunta no me sorprende, y mirándolo, le aclaro:

—Tu tío no me tiene que dejar. Soy yo la que decido si quiero o no hacer

motocross. Los adultos decidimos, cariño.

El crío, no muy convencido, asiente, y vuelve a preguntar:

—¿Sonia te regaló la moto de mi madre?

Lo miro, y antes de contestar, pregunto:

—¿Te molestaría si fuera así?

Flyn lo piensa y, dejándome de piedra, contesta:

—No. Pero tienes que prometerme que me enseñarás.

Sonrío, suelto una carcajada y digo mientras él ríe:

—Tú qué quieres, ¿que tu tío me mate?

Una hora después, Eric me llama por teléfono. Tiene un partido de baloncesto y

quiere que vaya al polideportivo. Encantada, acepto. Me pongo unos vaqueros, mis botas

negras y una camiseta de Armani. Me abrigo, llamo a un taxi y, cuando llego a la dirección

que él me ha dado, sonrío al verle esperándome apoyado en su coche.

Eric paga el taxi, y mientras caminamos hacia los vestuarios, murmuro:

—¿Cómo no me habías dicho lo del partido?

Mi chico sonríe, me besa y susurra:

—Lo creas o no, se me olvidó. Si no es por Andrés, que me ha llamado a la oficina,

¡ni lo recuerdo!

Cuando llegamos a los vestuarios, me besa.

—Ve a las gradas. Seguro que allí está Frida.

Encantada de la vida y del amor, camino hacia la cancha. Allí está Frida junto a

Lora y Gina. Mi trato con ellas ha cambiado. Me aceptan como la novia de Eric y se lo

agradezco. Lora, la rubia, al verme aparecer, sonríe y dice:

—Llegó mi heroína.

Sorprendida, la miro, y cuchichea:

—Ya me he enterado de que le diste a Betta su merecido.

Miro a Frida en actitud de reproche por habérselo contado, y ésta indica:

—A mí no me mires, que yo no he sido.

Lora sonríe y, acercándose de nuevo a mí, me comenta:

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