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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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entre mi sobrina y yo. Ahora será la nuestra también, ¿quieres?

Asiente, sonríe, y yo estoy a punto de saltar de felicidad. Una tregua. Tengo una

tregua con Flyn. Y cuando creo que nada mejor puede pasar, dice:

—Gracias por dormir anoche conmigo.

Me encojo de hombros para quitarle importancia a eso.

—¡Ah, no!, gracias a ti por dejarme meterme en tu cama.

Él sonríe y comenta:

—A ti no te dan miedo los truenos. Lo sé. Tú eres mayor.

Eso me hace reír. ¡Qué listo que es el jodío!

—¿Sabes, Flyn? Cuando yo era pequeña, también tenía miedo a los truenos y a los

rayos. Cada vez que había una tormenta, yo era la primera en meterme en la cama de mis

padres. Pero mi mamá me enseñó que no hay que tener miedo a las inclemencias del

tiempo.

—¿Y cómo te enseño tu mamá?

Sonrío. Pensar en mamá, en su cariñosa mirada, en sus manos calentitas y en su

sonrisa perpetua me hace decir:

—Me decía que cerrara los ojos y pensara en cosas bonitas. Y un día me compró

una mascota. Le llamé Calamar. Fue mi primer perro. Mi superamigo y mi supermascota.

Cuando había tormentas, Calamar se subía conmigo a la cama, y el verme acompañada por

él me hizo valiente. Ya no necesitaba ir a la cama de mis padres. Calamar me protegía y yo

lo protegía a él.

—¿Y dónde está Calamar?

—Murió cuando yo tenía quince años. Está con mamá en el cielo.

Esta revelación de mi madre le sorprende. Omito mencionar a Curro, o todo

parecería muy cruel.

—Sí Flyn, mi mamá murió como la tuya. Pero ¿sabes? Ella junto a Calamar desde

el cielo me dan fuerzas para que no tenga miedo a nada. Y estoy segura de que tu mamá

hace lo mismo contigo.

—¿Tú crees?

—¡Oh, sí!, claro que lo creo.

—Yo no me acuerdo de mi mamá.

Su tristeza me conmueve, y respondo:

—Normal, Flyn. Eras muy pequeño cuando se fue.

—Me hubiera gustado conocerla.

Su pena es mi pena, e incapaz de no profundizar en el tema, murmuro:

—Creo que podrías conocerla a través de los ojos de las personas que la quisieron,

como son tu abuela Sonia, la tía Marta y Eric. Hablar con ellos de tu mamá sería recordarla

y saber cosas de ella. Estoy segura de que tu abuela estaría encantada de contarte cientos de

cosas de tu mamá.

—¿Sonia?

—Sí.

—Ella siempre está muy ocupada —protesta el niño.

—Es lógico, Flyn. Si tú no dejas que ella te cuide ni te mime, tiene que seguir con

su vida. Las personas no pueden quedarse sentadas a esperar a que otras las quieran; tienen

que continuar viviendo, aunque en su corazón te añoren todos los días. Por cierto, ¿por qué

la llamas por su nombre y no abuela?

El crío se encoge de hombros y piensa la respuesta durante un momento.

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