2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

dianuchisyo88
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—Por supuesto que hablaremos de esto en otro momento. No lo dudes.Eric sonríe y menea la cabeza. Luego se anuda la toalla alrededor de la cintura ysuelta mientras me coge en brazos:—¿Sabes, morenita? Comienzas a asustarme.Después de comer, Eric se marcha a la oficina. Me promete que regresará en un parde horas. Antes de irse, me prohíbe salir a la nieve, y yo me río. Marta, que está todavíaaquí, también se marcha, y Sonia, al saber lo ocurrido llama angustiada, aunque al hablarconmigo se tranquiliza.Simona está preocupada. Vemos juntas nuestro culebrón, pero me miracontinuamente el rostro. Yo intento hacerle ver que estoy bien. Ese día, a EsmeraldaMendoza, el malo de Carlos Alfonso Halcones de San Juan, al no conseguir el amorverdadero de la joven, le quita su bebé. Se lo da a unos campesinos para que se lo lleven ylo hagan desaparecer. Simona y yo, horrorizadas, nos miramos. ¿Qué va a pasar con elpequeño Claudito Mendoza? ¡Qué disgusto tenemos!Cuando Flyn regresa del colegio, yo estoy en mi cuarto. Estoy sentada en la mullidaalfombra hablando por el Facebook con un grupo de amigas. Nos denominamos lasGuerreras Maxwell, y todas tenemos un punto de locura y diversión que nos encanta.—¿Puedo pasar?Es Flyn. Su pregunta me sorprende. Él nunca pregunta. Asiento. El pequeño entra,cierra la puerta y, al levantar mi rostro hacia él, veo que se queda blanco en décimas desegundo. Se asusta. No esperaba verme la cara de mil colores.—¿Te encuentras bien?—Sí.—Pero tu cara...Al recordar mi rostro sonrío e, intentando quitarle importancia, cuchicheo:—Tranquilo. Es una acuarela de colores, pero estoy bien.—¿Te duele?—No.Cierro el portátil, y el crío vuelve a preguntar:—¿Puedo hablar contigo?Sus palabras y, en especial su interés, me conmueven. Esto es un gran avance, yrespondo:—Por supuesto. Ven. Siéntate conmigo.—¿En el suelo?Divertida, me encojo de hombros.—De aquí seguro que no nos caemos.El pequeño sonríe. ¡Una sonrisa! Casi aplaudo.Se sienta frente a mí y nos miramos. Durante más de dos minutos nos observamossin hablar. Eso me pone nerviosa, pero estoy decidida a aguantar su mirada achinada eltiempo que haga falta como aguanto en ocasiones la de su tío. ¡Vaya dos! Al final, el niñodice:—Lo siento, lo siento mucho. —Se le llenan los ojos de lágrimas y murmura—:¿Me perdonas?Me conmuevo. El duro e independiente Flyn ¡está llorando! No puedo ver llorar anadie. Soy una blanda. ¡No puedo!—Claro que te perdono, cielo, pero sólo si dejas de llorar, ¿de acuerdo? —Asiente,se traga las lágrimas y, para quitarle parte de la culpa que siente, digo—: También fue culpa

mía. No me tenía que haber subido al muro y...—Fue sólo mi culpa. Yo cerré las puertas y no te dejé entrar. Estaba enfadado, yyo..., yo... lo que hice está muy mal, y comprenderé que el tío Eric me mande al internadoque dicen Sonia y Marta. Me lo advirtió la última vez, y yo le he vuelto a decepcionar.El dolor y el miedo que veo en sus ojos me destrozan. Flyn no va a ir a ningúninternado. No lo voy a permitir. Su inseguridad me da de lleno en el corazón y respondo:—No se va a enterar porque ni tú ni yo se lo vamos a contar, ¿de acuerdo?Esa reacción mía Flyn no la espera y, sorprendido, me mira.—¿No le has contado al tío lo que ha ocurrido?—No, cielo. Simplemente le he dicho que estaba yo en la nieve, me resbalé y caí.De pronto, me acuerdo de mi padre. Acabo de sorprender a Flyn, y eso lo debilita.Sonrío. Los hombros del pequeño se relajan. Le acabo de quitar un peso de encima.—Gracias, ya me veía en el internado.Su sinceridad me hace sonreír.—Flyn, me tienes que prometer que no volverás a comportarte así. Nadie quiere quevayas a un internado. Eres tú el que parece, con tus actos, que lo desea, ¿no te das cuenta?—No responde, y pregunto—: ¿Qué ocurrió el otro día en el colegio?—Nada.—¡Ah, no, jovencito! ¡Se acabaron los secretos! Si quieres que yo confíe en ti, tútendrás que confiar en mí y contarme qué narices pasa en el colegio y por qué dicen que túhas comenzado una pelea cuando no creo que sea así.Él cierra los ojos, calibrando las consecuencias de lo que me va a decir.—Robert y los otros chicos me empezaron a insultar. Como siempre, me llamaronchino de mierda, gallina, miedica. Ellos se mofan de mí porque no sé hacer nada de lo queellos hacen con el skateboard, la bicicleta o los patines. Intenté no hacerles caso comosiempre, pero cuando George me tiró al suelo y comenzó a darme puñetazos, agarré suskate y se lo estampé en la cabeza. Sé que no lo tenía que haber hecho, pero...—¿Esas cosas te dicen esos sinvergüenzas?Flyn asiente.—Tienen razón. Soy un torpe.Maldigo a Eric en silencio. Él, con sus miedos a que ocurran cosas, está provocandotodo esto. El crío susurra:—Los profes no me creen. Soy el bicho raro de la clase. Y como no tengo amigosque me defiendan, siempre cargo con las culpas.—¿Y tu tío no te cree tampoco?Flyn se encoge de hombros.—Él no sabe nada. Cree que me meto en problemas porque soy conflictivo. Noquiero que sepa que esos chicos se mofan de mí porque soy cobarde. No quierodecepcionarlo.Eso me duele. No es justo que Flyn cargue con aquello y Eric no lo sepa. Tengo quehablar con él. Pero centrándome en el niño le cojo el óvalo de la cara y murmuro:—El que le dieras a ese chico con el skate en la cabeza no estuvo bien, cielo. Loentiendes, ¿verdad? —El pequeño asiente, y dispuesta a ayudarlo sigo—: Pero no voy aconsentir que nadie más te vuelva a insultar.Sus ojitos de pronto se avivan. Me acuerdo de mi sobrina.—Pon tu pulgar contra el mío. Y una vez que se toquen, nos damos una palmaditaen la mano. —Hace lo que le digo y vuelve a sonreír—: Ésta es la contraseña de amistad

mía. No me tenía que haber subido al muro y...

—Fue sólo mi culpa. Yo cerré las puertas y no te dejé entrar. Estaba enfadado, y

yo..., yo... lo que hice está muy mal, y comprenderé que el tío Eric me mande al internado

que dicen Sonia y Marta. Me lo advirtió la última vez, y yo le he vuelto a decepcionar.

El dolor y el miedo que veo en sus ojos me destrozan. Flyn no va a ir a ningún

internado. No lo voy a permitir. Su inseguridad me da de lleno en el corazón y respondo:

—No se va a enterar porque ni tú ni yo se lo vamos a contar, ¿de acuerdo?

Esa reacción mía Flyn no la espera y, sorprendido, me mira.

—¿No le has contado al tío lo que ha ocurrido?

—No, cielo. Simplemente le he dicho que estaba yo en la nieve, me resbalé y caí.

De pronto, me acuerdo de mi padre. Acabo de sorprender a Flyn, y eso lo debilita.

Sonrío. Los hombros del pequeño se relajan. Le acabo de quitar un peso de encima.

—Gracias, ya me veía en el internado.

Su sinceridad me hace sonreír.

—Flyn, me tienes que prometer que no volverás a comportarte así. Nadie quiere que

vayas a un internado. Eres tú el que parece, con tus actos, que lo desea, ¿no te das cuenta?

—No responde, y pregunto—: ¿Qué ocurrió el otro día en el colegio?

—Nada.

—¡Ah, no, jovencito! ¡Se acabaron los secretos! Si quieres que yo confíe en ti, tú

tendrás que confiar en mí y contarme qué narices pasa en el colegio y por qué dicen que tú

has comenzado una pelea cuando no creo que sea así.

Él cierra los ojos, calibrando las consecuencias de lo que me va a decir.

—Robert y los otros chicos me empezaron a insultar. Como siempre, me llamaron

chino de mierda, gallina, miedica. Ellos se mofan de mí porque no sé hacer nada de lo que

ellos hacen con el skateboard, la bicicleta o los patines. Intenté no hacerles caso como

siempre, pero cuando George me tiró al suelo y comenzó a darme puñetazos, agarré su

skate y se lo estampé en la cabeza. Sé que no lo tenía que haber hecho, pero...

—¿Esas cosas te dicen esos sinvergüenzas?

Flyn asiente.

—Tienen razón. Soy un torpe.

Maldigo a Eric en silencio. Él, con sus miedos a que ocurran cosas, está provocando

todo esto. El crío susurra:

—Los profes no me creen. Soy el bicho raro de la clase. Y como no tengo amigos

que me defiendan, siempre cargo con las culpas.

—¿Y tu tío no te cree tampoco?

Flyn se encoge de hombros.

—Él no sabe nada. Cree que me meto en problemas porque soy conflictivo. No

quiero que sepa que esos chicos se mofan de mí porque soy cobarde. No quiero

decepcionarlo.

Eso me duele. No es justo que Flyn cargue con aquello y Eric no lo sepa. Tengo que

hablar con él. Pero centrándome en el niño le cojo el óvalo de la cara y murmuro:

—El que le dieras a ese chico con el skate en la cabeza no estuvo bien, cielo. Lo

entiendes, ¿verdad? —El pequeño asiente, y dispuesta a ayudarlo sigo—: Pero no voy a

consentir que nadie más te vuelva a insultar.

Sus ojitos de pronto se avivan. Me acuerdo de mi sobrina.

—Pon tu pulgar contra el mío. Y una vez que se toquen, nos damos una palmadita

en la mano. —Hace lo que le digo y vuelve a sonreír—: Ésta es la contraseña de amistad

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