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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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libros que he colocado en la estantería y pisotear varios CD de música, veo que sale de la

habitación. ¡Será malo el tío! Intento abrir, pero ha cerrado desde dentro.

—¡Joder!

Con ganas de estrangularlo camino hacia la siguiente cristalera mientras mis

deportivas empapadas se hunden en la nieve. ¡Dios, qué frío! Llego hasta el exterior de la

habitación donde él hace los deberes y veo que entra en ella. Toco el cristal y digo:

—Flyn, por favor, abre la puerta.

Ni me mira. ¡Pasa de mí!

Tiemblo. Hace un frío horroroso e intento que me abra la puerta. Pero nada. No se

apiada de mí, y diez minutos después, cuando los dientes me castañetean, el pelo húmedo

está tieso en mi cabeza y siento estalactitas debajo de la nariz, grito como una posesa

mientras aporreo la puerta.

—¡La madre que te parió, Flyn! ¡Abre la puñetera puerta!

El crío, por fin, me mira. Creo que se va a compadecer de mí. Se levanta, camina

hacia la cristalera y, ¡zas!, echa las cortinas. Boquiabierta, sigo aporreando la puerta

mientras le digo de todo en español. Absolutamente de todo menos bonito.

Nieva. Estoy en la calle vestida con unas míseras prendas de algodón y las zapatillas

de deporte. Tengo frío. Un frío horroroso. Me froto las manos y pienso qué hacer. Corro

hacia la puerta de la cocina. Cerrada. Recuerdo que Simona no está. Intento entrar por la

puerta del salón. Cerrada. La puerta de la calle. Cerrada. La puerta del despacho de Eric.

Cerrada. La ventana del baño. Cerrada.

Tirito. Me estoy congelando por instantes y mi pelo húmedo y tieso me hace

estornudar. Menuda pulmonía voy a pillar. Regreso hasta donde sé que está Flyn tras las

cortinas. Tengo ganas de asesinarlo. Miro hacia arriba. El balcón de una de las

habitaciones. Sin pararme a pensar en el peligro, me subo a un poyete para intentar alcanzar

el balcón, pero estoy tan congelada y el poyete tan resbaladizo que voy derechita al suelo.

Me levanto e insisto. Me siento en un muro congelado, me levanto y antes de alcanzar el

balcón, ¡zaparrás!, mis zapatillas se escurren y voy contra el suelo, aunque antes me doy

con el muro. El golpe ha sido horroroso y me duele la barbilla una barbaridad.

Tumbada sobre la nieve me resiento, y cuando me levanto con la cara llena de hielo,

grito:

—¡Abre la maldita puerta! Me estoy congelando.

Flyn descorre entonces las cortinas, y su cara ya no es la que era. Dice algo. No lo

oigo. Y cuando abre la puerta, grita:

—¡Tienes sangre!

—¿Dónde tengo sangre?

Pero ya no hace falta que me lo diga. Al mirar hacia el suelo, veo la nieve roja a mis

pies. Mi camiseta gris es roja y al tocarme la barbilla siento la herida y las manos se llenan

de sangre. Flyn, asustado, me mira. No sabe qué hacer, y digo mientras entro en su

habitación:

—Dame una toalla o algo, ¡corre!

Sale corriendo y regresa con una toalla, pero el suelo ya está manchado de sangre.

Me la pongo en la barbilla e intento tranquilizarme. En la boca siento el sabor metálico de

la sangre. Me he mordido el labio también. Estoy sola con Flyn. Simona y Norbert no

están, y necesito ir urgentemente a un hospital. Sin más, miro a Flyn, que está

desconcertado, y le pregunto:

—¿Sabes dónde está el hospital más cercano?

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