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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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dice:

—Despídase de él, señorita. Me voy ya. Y, por favor, quítele lo que lleva al cuello.

—Es una bufanda que hice para él. Está resfriado.

El hombre me mira e insiste:

—Por favor, quíteselo. Es lo mejor.

Maldigo. Cierro los ojos y hago lo que me pide. Cuando tengo la bufanda en mis

manos resoplo. ¡Uf!, qué momento más triste. Contemplo a Susto, que me mira con sus

ojazos saltones y, agachándome, murmuro mientras le toco su huesuda cabeza:

—Lo siento, cariño, pero ésta no es mi casa. Si lo fuera, te aseguro que nadie te

sacaría de aquí. —El animal acerca su húmedo hocico a mi cara, me da un lametazo, y yo

añado—: Te van a encontrar un bonito hogar, un sitio calentito donde te van a tratar muy

bien.

No puedo decir más. El llanto me desencaja el rostro. Esto es como volver a

despedirme de Curro. Le doy un beso en la cabeza, y Henry coge a Susto y lo mete en la

furgoneta. El animal se resiste, pero Henry está acostumbrado y puede con él. Y cuando

cierra las puertas, se despide de mí y se va.

Sin moverme de donde estoy, veo cómo la furgoneta se aleja, y en ella va Susto. Me

tapo la cara con la bufanda y lloro. Tengo ganas de llorar. Durante un rato, sola en esa

oscura y fría calle, lloro como llevaba tiempo sin hacerlo. Todo es difícil en Múnich. Flyn

no me lo pone fácil, y Eric, en ocasiones, es frío como el hielo.

Cuando me doy la vuelta para regresar al interior de la casa, me sorprendo al ver a

Eric parado tras la verja. La oscuridad no me deja ver su mirada, pero sé que está clavada

en mí. Tengo frío. Camino, y él me abre la puerta. Paso por su lado y no digo nada.

—Jud...

Con rabia me vuelvo hacia él.

—Ya está. No te preocupes. Susto ya no está en tu maldita casa.

—Escucha, Jud...

—No, no te quiero escuchar. Déjame en paz.

Sin más, comienzo a caminar. Él me sigue, pero andamos en silencio. Cuando

llegamos a la casa entramos, nos quitamos los abrigos y me coge de la mano. Rápidamente,

me suelto y corro escaleras arriba. No quiero hablar con él. Al subir la escalera, me

encuentro de frente con Flyn. El niño me mira, pero yo paso por su lado y me meto en mi

habitación, dando un portazo. Me quito las botas y los húmedos vaqueros, y me encamino

hacia la ducha. Estoy congelada y necesito entrar en calor.

El agua caliente me hace volver a ser persona, pero irremediablemente vuelvo a

llorar.

—¡Mierda de vida! —grito.

Un gemido sale de mi interior y lloro. Tengo el día llorón. Oigo que la puerta del

baño se abre y, a través de la mampara, veo que es Eric. Durante unos minutos, nos

volvemos a mirar, hasta que sale del baño y me deja sola. Se lo agradezco.

Tras salir de la ducha, me envuelvo en una toalla y me seco el pelo. Después, me

pongo el pijama y me meto en la cama. No tengo hambre. Rápidamente, el sueño me vence

y me despierto sobresaltada cuando noto que alguien me toca. Es Eric. Pero enfadada,

simplemente murmuro:

—Déjame. No me toques. Quiero dormir.

Sus manos se alejan de mi cintura, y yo me doy la vuelta. No quiero su contacto.

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