Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—Me han llamado del colegio otra vez. Por lo visto, has vuelto a meterte en otro lío
y esta vez ¡muy gordo!
—Tío, yo...
—¡Cállate! —grita—. Vas a ir derechito al internado. Al final, lo vas a conseguir.
Ve a mi despacho y espérame allí.
Simona, Norbert y el pequeño, tras la dura mirada de Eric, se van.
Con gesto de tristeza, la mujer me mira. Yo le guiño un ojo, a pesar de que sé que
me va a caer una buena. Telita el mosqueo que tiene el pollo alemán. Una vez solos, Eric ve
el trineo y las huellas que hay en la pendiente, y sisea:
—Quiero a ese perro fuera de mi casa, ¿me has oído?
—Pero Eric..., escucha...
—No, no voy a escuchar, Jud.
—Pues deberías —insisto.
Tras un duelo de miradas tremendo, finalmente grita:
—¡He dicho fuera!
—Oye, si vienes enfadado de la oficina, no lo pagues conmigo. ¡Serás borde...!
Resopla, se toca el pelo y farfulla:
—Te dije que no quería ver a ese chucho aquí y que yo sepa no te he dado permiso
para que mi sobrino se monte en un trineo, y menos al lado de ese animal.
Sorprendida por el arranque de mal humor y dispuesta a presentar batalla, protesto.
—No creo que tenga que pedirte permiso para jugar en la nieve, ¿o sí? Si me dices
que así es, a partir de hoy te pediré permiso por respirar. ¡Joder, sólo me faltaba oír esto!
Eric no responde, y añado malhumorada:
—En cuanto a Susto, quiero que se quede aquí. Esta casa es lo bastante grande
como para que no tengas que verlo si no quieres. Tienes un jardín que es como un parque
de grande. Le puedo construir una caseta para que viva en ella y nos guardará la casa. No sé
por qué te empeñas en echarlo con el frío que hace. Pero ¿no lo ves? ¿No te da pena?
Pobrecito, hace frío. Nieva, y pretendes que lo deje en la calle. Venga, Eric, por favor.
Mi Iceman, que está impresionante con su traje y su abrigo azulón, mira a Susto. El
perro le mueve el rabo, ¡animalillo!
—Pero, Jud, ¿tú te crees que yo soy tonto? —dice, sorprendiéndome. Y como no
respondo, afirma—: Este animal lleva ya tiempo en el garaje.
Mi corazón se paraliza. ¿Habrá visto también la moto?
—¿Lo sabías?
—Pero ¿me crees tan tonto como para no haberme dado cuenta? Pues claro que lo
sabía.
Primero me quedo boquiabierta, y antes de que pueda responder, él insiste:
—Te dije que no lo quería dentro de mi casa, pero, aun así, tú lo metiste y...
—Como vuelvas a decir eso de tu casa..., me voy a enfadar —siseo, sin mencionar
la moto. Si él no dice nada, mejor no sacar el tema en este momento—. Llevas tiempo
diciéndome que considere esta casa como mía, y ahora, porque he dado cobijo a un pobre
animal en tu puñetero garaje para que no se muera de frío y hambre en la calle, te estás
comportando como un..., un...
—Gilipollas —acaba él.
—Exacto —asiento—. Tú lo has dicho: ¡un gilipollas!
—Entre mi sobrino y tú vais a...
—¿Qué ha hecho Flyn en el colegio? —le corto.