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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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La vida con Iceman va viento en poca a pesar de nuestras discusiones. Nuestros

encuentros a solas son locos, dulces y apasionados, y cuando visitamos a Björn, calientes y

morbosos. Eric me entrega a su amigo, y yo acepto, gustosa. No hay celos. No hay

reproches. Sólo hay sexo, juego y morbo. Los tres hacemos un excepcional trío, y lo

sabemos; disfrutamos de nuestra sexualidad plenamente en cada encuentro. Nada es sucio.

Nada es oscuro. Todo es locamente sensual.

Flyn es otro cantar. El pequeño no me lo pone fácil. Cada día que pasa lo noto más

reticente a ser amable conmigo y a nuestra felicidad. Eric y yo sólo discutimos por él. Él es

la fuente de nuestras peleas, y el niño parece disfrutar.

Ahora acompaño a Norbert alguna mañana al colegio. Lo que Flyn no sabe es que

cuando Norbert arranca el coche y se va, yo observo sin ser vista. No entiendo qué ocurre.

No soy capaz de comprender por qué Flyn es el centro de las burlas de sus supuestos

amigos. Lo vapulean, le empujan, y él no reacciona. Siempre acaba en el suelo. He de

poner remedio. Necesito que sonría, que tenga confianza en sí mismo, pero no sé cómo lo

voy a hacer.

Una tarde, mientras estoy en mi habitación tarareando la canción Tanto de Pablo

Alborán, observo a través de los cristales que vuelve a nevar. Nieva sobre lo nevado, y eso

me alegra. ¡Qué bonita que es la nieve! Encantada con ello, voy a la habitación de juegos

donde Flyn hace deberes y abro la puerta.

—¿Te apetece jugar en la nieve?

El niño me mira y, con su habitual gesto serio, responde:

—No.

Tiene el labio partido. Eso me enfurece. Le cojo la barbilla y le pregunto:

—¿Quién te ha hecho esto?

El crío me mira y con mal genio responde:

—A ti no te importa.

Antes de contestar, decido callar. Cierro la puerta y voy en busca de Simona, que

está en la cocina preparando un caldo. Me acerco a ella.

—Simona.

La mujer, secándose las manos en el delantal, me mira.

—Dígame, señorita.

—¡Aisss, Simona, por Dios, que me llames por mi nombre, Judith!

Simona sonríe.

—Lo intento, señorita, pero es difícil acostumbrarme a ello.

Comprendo que, efectivamente, debe de ser muy difícil para ella.

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