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Los chavales, muertos de risa, se alejan y observo cómo Flyn se levanta y se mira la
mano. Veo que tiene sangre. Se la limpia con un kleneex que saca de su abrigo, coge la
gorra y, sin levantar la mirada del suelo, entra en el colegio.
Boquiabierta, pienso en lo que ha pasado mientras me pregunto cómo puedo hablar
de eso con Flyn.
Una vez que el niño desaparece comienzo a andar, y pronto estoy en la vorágine de
las calles de Múnich. Eric me llama. Le indico que estoy bien y cuelgo. Tiendas..., muchas
tiendas, y yo, disfrutando, me paro en todos los escaparates. Entro en una tienda de
motocross y compro todo lo que necesito. Estoy emocionada. Cuando salgo más feliz que
una perdiz, observo a los viandantes. Todos llevan un gesto serio. Parecen enfadados.
Pocos sonríen. Qué poquito se parecen a los españoles en eso.
Paso caminando por un puente, el Kabelsteg. Me sorprendo al ver la cantidad de
candados de colores que hay en él. Con cariño toco esas pequeñas muestras de amor y leo
nombres al azar: Iona y Peter, Benni y Marie. Incluso hay candados a los que se le han
sumado pequeños candaditos con otros nombres que imagino que son los hijos. Sonrío. Me
parece superromántico, y me encantaría hacerlo con Eric. Se lo tengo que proponer. Pero
suelto una carcajada. Con seguridad pensará que me he vuelto loca a la par que ñoña.
Tras visitar una parte bonita de la ciudad, me paro ante una tienda erótica. Suena mi
móvil. Eric. Mi loco amor está preocupado por mí. Le aseguro que ninguna banda de
albanokosovares me ha raptado, y tras hacerle reír me despido de él. Divertida, entro en la
tienda erótica.
Curiosa miro a mi alrededor. Es un local donde venden todo tipo de juguetes
eróticos y lencería sexy, y está decorado con gusto y refinamiento. Las paredes son rojas, y
todo lo que hay allí llama mi atención. Cientos de vibradores de colores y juguetes de
formas increíbles están ante mí y curioseo. Veo unas plumas negras y las cojo. Me servirán
para jugar otro día con Eric. También elijo unos cubrepezones de lentejuelas negros de los
que cuelgan unas borlas. La dependienta me indica que son reutilizables y que se pegan con
unas almohadillas adhesivas al pezón. Me río. Imaginarme con esto puesto ante Eric me da
risa. Pero conociéndolo, ¡le gustará! Cuando voy a pagar, me fijo en un lateral de la tienda
y suelto una carcajada al ver unos disfraces. Sonrío y cojo uno de policía malota. Lo
compro. Esta noche sorprenderé a mi Iceman. Cuando salgo de la tienda con mi bolsa en la
mano y una sonrisa de oreja a oreja, paso ante una ferretería. Recuerdo algo. Entro y
compro un pestillo para la puerta. Quiero sexo en casa sin invitados imprevistos de ojos
rasgados.
Tres horas después, tras patearme las calles de Múnich, cojo un taxi y llego hasta
casa. Simona y Norbert me saludan y, mirando al hombre, le pido herramientas.
Sorprendido, asiente, pero no pregunta. Me las proporciona.
Encantada de la vida con lo que Norbert me ha traído, subo a la habitación que
comparto con Eric y, en la puerta, pongo el pestillo. Espero que no le moleste, pero no
quiero que Flyn nos pille mientras estoy vestida de policía malota o hacemos salvajemente
el amor. ¿Qué pensaría el crío de nosotros?
Por la tarde, cuando Flyn regresa del colegio, como siempre está taciturno. Se
encierra en su cuarto a hacer deberes. Simona le va a llevar la merienda y le pido que me
deje hacerlo a mí. Cuando entro en la habitación, el niño está sentado la mesita enfrascado
en sus deberes. Le dejo el plato con el sándwich y me fijo en su mano. La herida se ve.
—¿Qué te ha pasado en la mano? —pregunto.
—Nada —responde sin mirarme.