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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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española, me toca oír las palabras «olé», «toro» y «paella», cómo no. ¡Qué pesaditos!

Observo que Eric es un tirador certero y me sorprende. Con su problema en la vista

nunca habría pensado que pudiera practicar un deporte así. No me gustan las armas. Nunca

me han agradado, y cuando Eric me propone tirar, me niego.

—Eric, ya te he dicho que no me gusta.

Sonríe. Me mira y murmura, dándome un beso en los labios:

—Pruébalo. Quizá te sorprenda.

—No. He dicho que no. Si a ti te gusta, ¡adelante! No seré yo quien te quite este

placer. Pero no pienso hacerlo yo, ¡me niego! Es más, ni siquiera me parece aceptable que

Flyn las vea con tanta naturalidad. Las armas son peligrosas, aunque sean olímpicas.

—En casa, están bajo llave. Él no las toca. Lo tiene prohibido —se defiende.

—Es lo mínimo que puedes hacer. Tenerlas bajo llave.

Mi alemán sonríe y desiste. Ya me va conociendo, y si digo no, es no.

Pasan unos cuantos días más y decido dar alegría a la casa. Me llevo de compras a

Simona. La mujer me acompaña encantada y se ríe cuando ve las cortinas color pistacho

que he comprado para el salón junto a los visillos blancos. Según ella, al señor no le

gustarán, pero según yo, le tienen que gustar. Sí o sí. Trato infructuosamente de que

Norbert y Simona me llamen Judith, pero es imposible. El «señorita» parece mi primer

nombre, y al final dejo de intentarlo.

Durante días compramos todo lo que se me antoja. Eric está feliz por verme tan

motivada y da carta blanca a todo lo que yo quiera hacer en la casa. Sólo quiere que yo sea

dichosa y se lo agradezco.

Tras meditarlo conmigo misma, sin decir nada, meto a Susto en el garaje. Hace

mucho frío y su tos perruna me preocupa. El garaje es enorme, y el pobre animal no pasará

tanto frío. Le cambio la bufanda por otra que he confeccionado en azul y está para

comérselo. Simona, al verlo, protesta. Se lleva las manos a la cabeza. «El señor se enfadará.

Nunca ha querido animales en casa.» Pero yo le digo que no se preocupe. Yo me ocupo del

señor. Sé que la voy a liar como se entere, pero ya no hay marcha atrás.

Susto es buenísimo. El animal no ladra. No hace nada, excepto dormitar sobre la

limpia y seca manta que le he puesto en un discreto lugar del garaje. Incluso cuando Eric

llega con el coche, cotilleo y sonrío al ver que Susto es muy listo y que sabe que no se debe

mover. Con la ayuda de Simona, lo sacamos fuera de la parcela para que haga sus

necesidades, y pocos días después, Simona adora al perro tanto o más que yo.

Una mañana, tras desayunar, Eric por fin me propone que le acompañe a la oficina.

Encantada, me pongo un traje oscuro y una camisa blanca, dispuesta a dar una imagen

profesional. Quiero que los trabajadores de mi chico se lleven una buena opinión de mí.

Nerviosa llego hasta la empresa Müller. Un enorme edificio y dos anexos componen

las oficinas centrales en Múnich. Eric va guapísimo con su abrigo azulón de ejecutivo y su

traje oscuro. Como siempre, es una delicia mirarlo. Desprende sensualidad por sus poros, y

autoridad. Eso último me pone. Cuando entramos en el impresionante hall, la rubia de

recepción nos mira, y los vigilantes jurados saludan al jefazo. ¡Mi chico! A mí me miran

con curiosidad, y cuando voy a entrar por el torniquete, me paran. Eric, rápidamente, con

voz de ordeno y mando, aclara que soy su novia, y me dejan pasar sin la tarjetita con la V

de visitante.

¡Olé mi chicarrón!

Yo sonrío. El rostro de Eric es serio. Profesional. En el ascensor, coincidimos con

una guapa chica morena. Eric la saluda, y ella responde al saludo. Con disimulo observo

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