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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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Su voz de niño de las tinieblas me encoge el corazón, y al ver que ni Marta ni Eric

le dicen nada, lo miro, enfadada.

—Y tú, ¿cómo eres tan chivato?

—Fumar es malo —dice.

—Mira, Flyn. Eres un niño y deberías cerrar esa boquita, y...

Eric me corta.

—No la tomes con el niño, Jud. Él sólo ha hecho lo que tenía que hacer.

—¿Chivarse es lo que tenía que hacer?

—Sí —responde con seguridad. Y luego, mirando a su hermana, añade—: Me

parece fatal que fumes e incites a Jud a fumar. Ella no fuma.

¡Ah, no!, eso sí que no. Yo fumo cuando me sale del bolo, e incapaz de no decir

nada, atraigo su mirada y farfullo muy molesta:

—Estás muy equivocado, Eric. Tú no sabes si fumo o no.

—Pues nunca te he visto fumar en todo este tiempo —asegura, malhumorado.

—Si no me has visto fumar es porque no soy una fumadora empedernida —lo

recrimino—. Pero te aseguro que en ciertos momentos me gusta fumarme algún que otro

cigarrito. Ni éste es el primero de mi vida ni por supuesto será el último, te pongas como te

pongas.

Me mira. Lo miro. Me reta. Lo reto.

—Tío, tú dijiste que no se puede fumar, y ella y Marta lo estaban haciendo —insiste

el pequeño monstruito.

—¡Que te calles, Flyn! —protesto ante la pasividad de Marta.

Con la mirada muy seria, mi chico, no latino, indica:

—Jud, no fumarás. No te lo voy a permitir.

¡Buenooooo, lo que acaba de decir!

El corazón me bombea la sangre a un ritmo que me hace presuponer que esto no va

a terminar bien.

—Venga ya, hombre, no me jorobes. Ni que fueras mi padre y yo tuviera diez años.

—Jud..., ¡no me enfades!

Ese «¡no me enfades!» me hace sonreír.

En este instante mi sonrisa advierte como un gran cartel luminoso la palabra

¡CUIDADO!, y en tono de mofa, la miro y respondo ante la cara de incredulidad de Marta:

—Eric..., tú ya me has enfadado.

En este instante, aparece la madre de Eric y, al vernos a los tres ahí, pregunta:

—¿Qué ocurre? —De pronto, ve el paquete de cigarrillos en las manos de su hija y

exclama—: ¡Oh, qué bien! Dame un cigarrito, cariño. Me muero por fumarme uno.

—¡Mamá! —protesta Eric.

Pero Sonia arruga el entrecejo y, mirando a su hijo, suelta:

—¡Ay, hijo!, un poquito de nicotina me relajará.

—¡Mamá! —protesta de nuevo Eric.

Una sonrisa escapa de mi boca cuando Sonia explica:

—La insoportable mujer de Vichenzo, hijo mío, me está sacando de mis casillas.

—Sonia, ¡no se fuma! —recrimina Flyn.

Marta y su madre se comunican con los ojos y, al final, la primera, no dispuesta a

seguir en la cocina, agarra del brazo a su madre y dice, mientras tira de Flyn, que se resiste

a marcharse con ellas:

—Vamos a por algo de beber... Lo necesitamos.

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