Descarga en formato PDF (4 MB) - Centro Ramón Piñeiro para a ...

Amergín sintió la presencia de la tercera mujer vestida de bronce
como un baño de agua templada que abrazaba su cuerpo. Era dulce,
placentera.
No sé qué querían mis hermanas, murmuró. Aunque me imagino
que sus peticiones son análogas a la mía. Soy Erín, y mi petición es
la misma... mi oferta idéntica. Adórame y esta tierra será tuya.
El anciano hizo otra reverencia. Es un nombre magnífico. Haré
lo que tú dices. Esta tierra se llamará Erín.
Mis hermanas no lo deben saber, dijo la mujer de la túnica de
bronce.
No lo sabrán. Danos esta tierra y en los días y noches venideros
escucharás a los seguidores de los hijos de Mil hablar de esta tierra con
tu nombre.
Erín asintió. Eso me hará fuerte, dijo moviéndose hacia atrás.
Amergín esperó a que las tres figuras hubieran reasumido sus
posiciones originales, con Banba en el centro, la plateada Fodla a su
izquierda y la de bronce Erín a su derecha. Soy Amergín, dijo en voz
alta. Os he dado mi nombre y por consiguiente me pongo en vuestras
manos. He hecho a cada una de vosotras un juramento y a su vez cada
una de vosotras me ha hecho una promesa. Yo guardaré esa promesa...
¿Guardaréis la vuestra
La guardaremos, las mujeres contestaron a una.
Entonces que así sea, dijo Amergín inclinándose. Los días de la
Tribu de Dana están contados, el reino de los hijos de Mil va a comenzar.
Volviendo la espalda a las tres figuras, caminó por la orilla de la
playa. Cuando miró atrás por encima de su hombro ya se habían marchado.
Una sonrisa torció el labio del anciano: se preguntaba qué iba a
pasar cuando ellas descubrieran que las había engañado. Se preguntaba
qué pensarían cuando descubrieran que él iba a instruir a los hijos
de Mil para que llamasen a la tierra Banba, Fodla o Erín. Ellas ganarían
poder pero permanecerían iguales. Seguro que estarían de acuerdo.
251